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¡Qué desgraciado será el Abelardo de esa Eloísa! dijo Rafael al verla salir. María, además de su hermosa voz y de su excelente método, tenía, como hija del pueblo, la ciencia infusa de los cantos andaluces, y aquella gracia que no puede comprender y de que no puede gozar un extranjero, sino después de una larga residencia en España y sólo identificándose, por decirlo así, con la índole nacional.

«No hay jornalero español que, al acabar su trabajo, no tome la guitarra para solazarse en las calles y plazas tocando y cantando; se puede decir en pocas palabras que los españoles tienen afición natural á la música, y que tal es el motivo de que les agraden tanto los espectáculos, que entre ellos consisten generalmente en iluminaciones y música, toros y comedias, intercalando en estas últimas entremeses con cantos

Pero ¡qué tres cuadros! ¡Qué tres cantos tan grandes añadidos al inmenso poema del hombre! ¡Qué tres palmas más bellas coronando la frente ensangrentada del ilustre mártir!

En este punto me planto y a continuar me resisto: estos son treinta y tres cantos, que es la mesma edá de Cristo. 1189 Y guarden estas palabras que les digo al terminar: en mi obra he de continuar hasta dárselas concluida, si el ingenio o si la vida no me llegan a faltar.

Ni hubo ninguno de los otros dioses a que les rezaban los griegos, en versos muy hermosos, y con procesiones y cantos.

Hay además otra obra, titulada Euscaldun aciñaco ta ara ledabicico etorquien, etc., San Sebastián, 1826, que contiene una colección de cantos vascos populares, cuya mayor parte se canta en los bailes. Cuando el sonido del tamboril sirve para acompañar bellas frases, su belleza y significación arrastran á los bailarines que las oyen.

Caminaron un buen trecho por una de las avenidas del parque, ya bañada por una media oscuridad, mientras los rayos del sol poniente doraban las altas copas de los árboles y moría la tarde en medio de los armoniosos cantos de los pájaros.

Pero, al ver a Martín allí sentado, con el rostro abrasado, en medio de un grupo de bebedores alegres, se precipita en la sombra como si temiera encontrarse con él. De la casa vecina salen cantos ruidosos; vacila un momento, y al fin entra, porque la lengua se le pega al paladar. Lo acogen con gritos de alegría.

Son rimas nuevas algunos cantos de Darío y en ciertas arias de Jiménez, que sedujeron a América, toda la Sevilla becqueriana está con sus divinos suspirantes y la guitarra de luto. En tales libros han aprendido a amar y a delirar nuestras mujeres. Por ellos son abnegadas víctimas del cruel amor e incomparables amantes. Son Elviras y no han cesado de ser Julietas.

No pidáis al corazón cantos de amor, que está yerto; porque en medio del desierto donde discurro sin calma, siento que agoniza el alma y mi númen está muerto. Madrid, 1882. ¡Dulces las horas en la propia patria donde es amigo cuanto alumbra el sol, vida es la brisa que en sus campos vuela, grata la muerte y más tierno amor!