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Y a unos y a otros los seducía, los corrompía, y los juntaba en una especie de solidaridad del vicio la vida que hacían, poniéndose el mundo por montera, según la frase predilecta de Emma, y viviendo alegres, siempre mezclados en conciertos, en jiras campestres, en banquetes a puerta cerrada.

El repique de la campanilla del acólito resonaba claro y argentino en la vetusta capilla vacía. Oíanse fuera gorjeos de pájaros en los árboles del huerto, lejano chirrido de carros que salían al trabajo, rumores campestres gratos, calmantes, bienhechores.

Así, al lado del parque aristocrático destinado solo á los placeres campestres, se ve la magnífica huerta de preciosas legumbres y árboles frutales, admirablemente bien conservada y tan limpia como el pavimento de un salon; y el jardin mismo, que parece no ser sino un objeto de recreo, da sus productos á merced de un cuidado singular.

La concurrencia de los tres valles y sus rios, el juego de las colinas que lo dominan, formando un magnífico marco de rica vegetacion, y las ondulaciones del terreno en el fondo, producen un primoroso conjunto topo-hidrográfico, cuyo encanto se completa con la extensa masa de la ciudad, de formas caprichosas é irregulares, el aspecto de los fuertes que la dominan desde las cimas de dos colinas, y el risueño aspecto de las campiñas circunvecinas, pobladas de plantaciones y verjeles, graciosas casas campestres, fábricas y otros objetos que indican actividad y bienestar.

Ese conjunto era realmente seductor, y sus bellezas se completaban con la magnificencia del paisaje circunvecino, hacinamiento de lindas colinas ondulosas, cubiertas de huertos y jardines y salpicadas de quintas y casas campestres en pintoresca dispersion. Pero al penetrar al interior de la ciudad, apénas detras de la primera fila de edificios que dominan el lago, todo cambió de aspecto.

Pensaba ya don Germán en volverse a Madrid y renunciar a sus placeres campestres cuando recibió un telegrama urgente de Tristán concebido en los siguientes términos: «Vente en el primer tren. Urge mucho tu presencia aquíJustamente acababa de almorzar; eran las doce y media y el primer tren para Madrid salía a la una. Mandó enganchar a toda prisa y se trasladó a la estación.

En las tertulias, en los bailes, en las excursiones campestres no le faltarían a la sobrina adoradores; los muchachos de la aristocracia eran casi todos libertinos más o menos disimulados; les atraería la hermosura de Ana, pero no se casarían con ella.

A las nueve de la mañana se veía en las inmediaciones de la estación de las Delicias una multitud de carruajes de lujo, de los cuales salieron las damas y los caballeros ataviados según las circunstancias; ellas con vistosos trajes de fantasía para las excursiones campestres, ligeros y claros; ellos de americana y hongo, pero imprimiendo en este sencillísimo traje el sello de su capricho, procurando, como es justo, apartarse de los hongos y americanas conocidos hasta el día.

Estábamos en el zaguán: padrastro mirando por centésima vez la petaca de plata, mi madre llorando, Inesilla atándome un manojo de flores campestres, yo con los ojos preñados de lágrimas, cuando de pronto mi padrastro me cogió por la mano y, guiándome hasta el fondo del comedor, cerró tras la puerta, dejando entrar a madre; Inesilla se quedó fuera.

Por eso no se conocen aquí ciertas plagas, relativamente modernas, de los pueblos campestres, ni han entrado jamás los merodeadores políticos a explotar la ignorancia y la buena fe de estos pobres hombres... Pero ¡desdichados de ellos el día en que les falte la fuerza de cohesión, hidalga y noble, que les da la casona de los Ruiz de Bejos!... Todo esto, como puede presumirse, da bastante que hacer a cada rueda inteligente de cuantas componen la máquina cuyo eje fundamental es hoy en este lugar el bien ganado prestigio de don Celso.