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Ya no se oyen las tarrañuelas, ni los panderos, ni un solo grito en el corro de bolos. Los taberneros recogen sus baterías, y embridan sus jamelgos los curas, los jándalos y los señores de aldea; y perdiéndose, por grados, desde el lugar de la feria, por la campiña adelante en todas direcciones, se oye el sonido de las campanillas del ganado que se aleja.

Gener tiene razón que le sobra, por qué Nietzsche se somete con gusto a toda clase de padecimientos y de malos tratos con tal de que se consiga la aparición del super-hombre. ¿Qué le va ni qué le viene con dicha aparición, si él no ha de ser el super-humanado, si él no ha de pasar de un cualquiera, de un pobre diablo, de simple profesor, con poquísimo dinero, con menos consideración y campanillas, y terminando al cabo porque le encierren en un manicomio?

A más de éstas, había otras muchas de menos importancia, y puede decirse que, al mediar la décima octava centuria, no existía en Sevilla iglesia, convento, capilla, cruz ó retablo donde no estuviese formada una hermandad, que por las noches recorría las calles, más ó menos devota y gravemente, con sus campanillas, su cruz, su estandarte y sus grandes faroles.

Graznó una rana, y dijo el mandarincito: «¡Oh, qué hermosa canción, que suena como las campanillas!» «Es una rana que grazna», dijo la cocinerita. Y entonces rompió a cantar de veras el ruiseñor. ¡Ese, ése es! dijo la cocinerita, y les enseñó un pajarito, que cantaba en una rama. ¡Ese! dijo el mandarín mayor: nunca creí que fuera una persona tan diminuta y sencilla: ¡nunca lo creí!

No se hartaba de mirarla, y una obstrucción singular se le fijó en el pecho, cortándole la respiración. ¿Y qué decir? Porque había que decir algo. El pobre joven se sentía delante de aquella hermosura más cortado que en la visita de más campanillas.

Las campanas dijeron algo a Isidora, y entró a oír misa en San Luis, en cuya escalerilla se estrujaba la gente. Dentro, las misas sucedían a las misas, y los fieles se dividían en tandas. Unos se marchaban cuando otros caían de rodillas. Allí se persignaba una tanda entera, aquí se ponía en pie otra, y las campanillas, anunciando los diversos actos del sacrificio, sonaban sin interrupción.

Bajo de aquellas cúpulas de negra verdura, sostenidas por los altos mástiles de los abetos, los senderos cruzan un terreno sembrado de peñascos graníticos y rocas erráticas, surcado por saltadores arroyuelos cuyas armonías se confunden en la espesura del bosque con los ecos de los lejanos mugidos de las vacas, los sonoros repiques de las campanillas que llevan en el cuello las cabras, mulas, vacas, etc., el estruendo mas lejano de las cascadas y los torrentes que se despeñan de lo alto de las montañas, y los recónditos pios de algunos pajaritos saltando de rama en rama y buscando su alimento en las semillas de los abetos.

Llegaron al fin éstos á la Ciudad Eterna, después de una larga y penosa marcha á pie y mendigando, y arrojáronse á los pies de Su Santidad, quien, no sólo les concedió cuanto pedían, sino que por una Bula les otorgó campanillas, campana, cementerio y licencia para que celebrasen Misa en aquella soledad todos los ermitaños que fuesen sacerdotes. Esta concesión tuvo efecto en 1407.

O será, mandarines amigos ¡, debe ser! que al verse por primera vez frente a nosotros los mandarines, ha cambiado de color. ¡Lindo ruiseñor! decía la cocinerita: el emperador desea oírte cantar esta noche. Y yo quiero cantar le contestó el ruiseñor, soltando al aire un ramillete de arpegios. ¡Suena como las campanillas, como las campanillas de plata! dijo el mandarincito.

Era padrino de Baltasar el guardián de San Francisco, fraile de muchas campanillas y circunstancias, quien, aunque profesaba al ahijado gran cariño, echó un sermón de tres horas al informarse del motivo que traía en cuitas al mancebo.