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Muchas veces, al volver Isidro a su casa, la sorprendía de bruces en la cama, llorando silenciosamente. Pero ¿qué tienes? gritaba con tono colérico . ¿Qué te pasa?... Nada: lloraba sin saber el motivo. La maternidad trastornaba su débil organismo. La invadía una intensa tristeza, atormentando su imaginación.

Yo las más veces hacía del dormido, y en las mañas decíame él: "Esta noche, mozo, ¿no sentiste nada? Pues tras la culebra anduve, y aun pienso se ha de ir para ti a la cama, que son muy frías y buscan calor." "Plega a Dios que no me muerda -decía yo-, que harto miedo le tengo."

Al llegar a ella quedó petrificado de terror ante la escena que apareció a su vista. Un hombre se revolcaba en medio de la habitación en un charco de sangre, mientras D. Miguel, de pie sobre la cama, agitaba triunfante una pistola gritando con sonrisa feroz: ¡Ya cayó uno! ¡Ya cayó uno! La mortecina luz de una bujía tirada en el suelo alumbraba aquella fatídica escena.

Había olvidado por completo que le estaba prohibido tomar parte en la lucha. Al ver aquello volví a reírme, salté al suelo y poniéndole la mano en el hombro le dije: A casa y a la cama, viejo mío. Tengo que contarle a usted la historia más graciosa que ha oído en su vida. Se volvió, absorto, y exclamó, estrechando mi mano: ¡Salvado! ¡Salvado! Pero en seguida refunfuñó como acostumbraba.

Se han puesto en cama y toda la casa está a oscuras, menos aquí, en mi cuarto. Con tal que no se despierten. ¡Qué raro me parece estar así, sola completamente, a esta hora, mientras todo el mundo duerme! Es como si esto fuera la soledad de mi vida misma. Pero en medio de este silencio, tengo en como una gran dulzura. Estoy libre de las angustias que me dominaban.

Se despidieron con el laconismo del día anterior; pero aquella noche la muchacha se revolvió en la cama, inquieta, nerviosa, soñando mil disparates, viéndose en un camino negro, muy negro, acompañada por un perro enorme que le lamía las manos y tenía la misma cara que Tonet.

¡Por el amor de Dios! interrumpió el médico empujándome hacia el fondo del estragal . Ropa seca y un poco de lumbre para , y una cama para éste, antes de todo; y calentándonos hablaremos después. Es que está mi tío en la cocina repliqué temiendo que no pudiera decirse delante de él todo lo que Neluco tuviera que contar.

Doña Blanca se incorporó en la cama; miró con ojos extraviados á Lucía y á Clara y al fraile, y habló de esta manera: ¡Vete, Valentín! ¿Por qué quieres matarme con tu presencia? Mátame con un puñal... con una pistola.

Cerrados los ojos, inmóvil el cuerpo, juntos los pies ya como en el ataúd, quedábase horas y horas sobre la cama, sin dar otra señal de vida que la leve y sibilante respiración.

Los disparates que habíamos hecho los enmendó la Naturaleza. Contra la Naturaleza no se puede protestar». Miraba el bulto que en la cama hacía Juan Evaristo; pero como su ademán no tenía nada de hostil, Fortunata se iba sosegando. «¡Ya lo que hay aquí! ¡Pobre niño! Dios no ha querido que sea mío. Si lo fuera, me querrías algo.