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Una mesa de tocador, tres sillas de viejo nogal, pesadas y lustrosas, un cojincillo erizado de agujas y alfileres, banqueta y cama de caoba de muy voluminosa arquitectura, cubierta con manta palentina, completaban el ajuar.

Levantábase Melchor al amanecer, y después de arropar cuidadosamente a la señora, rogándola que no abandonase la cama antes de las nueve, bajaba a la tienda para vigilar a los dependientes en las primeras ocupaciones del día.

Entonces puede entregarse a un embotamiento delicioso... ¿qué efecto ejercerán sobre él los perfumes? Se desnuda y se mete en la cama; pero, antes de disponerse a dormir, se levanta otra vez, coge el vaso con mano temblorosa y hunde su rostro en las flores. ¡Qué semejanza con la primera noche y, sin embargo, qué diferencia! Aquella vez tranquilo y alegre; y entonces...

El porquero, que vio que el otro se le caía encima, levantóse, y alzando el instrumento de hueso, le dio con él una trompetada. Mi tío, que estaba más en su juicio, decía que quién había traído a su casa tantos clérigos. Yo, que vi que ya en suma multiplicaban, metí en paz la brega. Eché a mi tío en la cama, el cual hizo cortesía a un velador de palo que tenía, pensando que era convidado.

En efecto, el joven, con la mayor premura, levantó la ropa de la cama de un solo golpe, echó el brazo fuera y trató de alcanzar el pantalón que yacía sobre una silla; pero aunque le faltaba poquísimo espacio, no pudo conseguirlo. Ó el brazo era muy corto, ó la silla estaba demasiado lejos. De todas suertes, el joven no había podido prever este contratiempo.

Vaya, vaya, a la cama decía doña Paula. Voy. Pero en lugar de irse se abrazaba de nuevo a Cecilia; la hacía cosquillas aprovechando cualquier movimiento para decirla al oído: ¡Cómo estás gozando, picarona! No le eches esos ojazos, mujer, que le vas a aturdir. Adiós, adiós, señores concluyó por decir en voz alta... Y dejar algo para mañana, ¿eh? ¡Qué tonta! exclamó Cecilia ruborizándose.

Levantéme enseguida, cogí los papeles y me volví a la cama, dispuesto a enterarme de ellos.

El Rey, para ocultar sus pecados, hacía que profesasen muchos de sus hijos bastardos, y los caballeros ricos se arruinaban por cómicas ingertas en cortesanas, como la María Beson, «que vino de Francia tan cargada de escudos como de enfermedades», o la Antonia Infante, que usaba en la cama sábanas de tafetán negro. Y a tal nación, tal corte.

Hijos del Demonio Mayor, que cinco veces estuvo en la cama con aquella que ya dejó el mundo. ¡No la nombres, boca miserable! ¡Boca de escorpión! ¡Boca de serpiente! ¿Ya no somos hermanos?....¡Y todo porque le cuento las burlerías del Demonio Mayor!

Y detrás se escuchaba el jadear de la fiera. Se volvió para mirarla; el lobo tenía la cabeza de Plutón. Lanzó un grito y despertó... Al principio no se dió cuenta de su situación: creía estar en la cama como todos los días y mostró alegría al verse libre de aquella pesadilla horrible. Pero cuando se recobró y se hizo cargo de dónde se hallaba, un estremecimiento de terror paralizó sus miembros.