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Quiero decir que, como zapatero, no tengo preferencias políticas, sino como ciudadano. La ciencia zapateresca ignora las cláusulas políticas; por eso es analfabética. Yo, lo mismo hago botas de monte y campo, que botas de montar o zapatos higuelife. También confecciono calzado para religiosos y sacerdotes; ahí ve usted, don Manolito. Esas botas no me sirven.

Isidora dio algunos pasos cojos con un pie calzado y otro no, y entrando en su alcoba se puso otras botas. En aquel instante, Botín tuvo que dar a su pasión una nueva batalla; pero el caso era tan grave, que la dignidad llevó la mejor parte.

Su andar es garboso, su mirada provocadora y algo burlona; se perece por los bellos adornos y las telas de colores vivos; gústale mucho pavonearse de bracero con un buen mozo, y cuida su peinado y su aderezo con pasion. Al andar tiene cuidado en mostrar el enano pié calzado con una elegante babucha, y descubrir algo la rica pantorrilla, capaz de hacerle perder su gravedad á un inglés.

Y hablaba de su pluma con petulante seguridad, como si el mundo entero aguardase impaciente que él se dignara escribir algo para adquirirlo. Salieron del Rastro. Cerca de la plazuela contemplaron un instante los puestos de los remendones que aprovechan el calzado viejo recogido en las calles.

Todos aquellos pueblos, dotados de una gran sabiduría infusa y revelada, que poco a poco se fué olvidando y desvaneciendo, rendían culto al pie y se excedían en fabricar con apropiado decoro el tabernáculo del pie, o sea el calzado.

Iban a hacerse el calzado con él hasta los señores de Bilbao y de Barcelona. Además, componía dramas. Aquella noche salí bastante preocupado del cafetín. Me acosté y tardé en dormirme. en la habitación de al lado un carraspeo seguido de un poderoso suspiro. Era la voz de don Guillén.

Chisco me miraba de reojo y hasta se sonreía un poquillo, particularmente cuando se fijaba en mi calzado, y, sobre todo, cada vez que me veía resbalar en la arcilla blanda o sobre las lastras de los encalabrinados senderos.

Entre tanto, nada se había hablado todavía de la cojera de don Adrián, que se le notaba, no solamente al moverse, sino en llevar calzado con una chinela el pie de que claudicaba algo, y el otro con la bota de todos los días.

A pié, despedazados los trajes, roto el calzado, o desnudas y ensangrentadas las callosas plantas, casi sin ropa que mal cubriera su desnudez de día y en la noche les aliviara del frío, atados entre y alguno sujeto por los codos, venían hasta diez y seis o veinte hombres.

Jamás se le había ocurrido pensar ni en su alimento, ni en su ropa o calzado, ni aun en aquellos menesteres de que las mujeres no suelen entender. Todo estaba previsto y regularizado perfectamente en su vida. Podía consagrarse con entera libertad al ejercicio de su inteligencia.