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Fui a comprar un sombrero que había visto en un escaparate, muy adecuado para el sol y elegante; me afeité hasta dejar las mejillas suaves y tersas como las de un niño; también me puse un calzado de becerro, blanco, muy lindo; en una palabra: me preparé convenientemente para la gran batalla que por la tarde iba a librar.

Bonis se acercó al lecho a tientas, estirando el cuello, abriendo mucho los ojos y pisando de un modo particular que él había descubierto para conseguir que las botas no chillasen, como solían. Esta era una de las fatalidades a que se creía sujeto por ley de adverso destino; siempre las suelas de su calzado eran estrepitosas.

Aparecía calzado sólo en el pie derecho; le faltaba la mano del mismo lado y tenía el rostro carcomido. Sentí verlo, porque después, durante mucho tiempo, se me venía su imagen a la memoria. Cuando vi que el Stella Maris quedaba abandonado, se me ocurrió el proyecto de ir hasta él y reconocerlo. Tenía la ilusión de que, por una casualidad, pudiese quedar a flote.

Los hombres inventaron una especie de calzado, el coturno, que les alzaba más de un palmo sobre la tierra; pues con esto, ya estaba inventado el drama. Pues si le dice usted a cualquiera de esos estudiantillos hambrientos que yo soy zapatero y autor dramático, se reirán. En cambio, no se asombran de que un zapatero pueda ser filósofo.

Y si bajaba los ojos más, para que el otro no creyese que le contemplaba las manos, veía el pantalón que caía en graciosa curva sobre un pie estrecho, largo, calzado con esmero ultra-vetustense. No podía haber pecado ni cosa parecida en reconocer que todo aquello era agradable, parecía bien y debía ser así.

Luego la toca, que permite los rizos sobre las orejas, el peinado de moda; y la capa azul sobre el uniforme, que ofrece un bonito contraste... Una mujer elegante puede realzar todo esto con joyas discretas y un calzado chic. Es una mezcla de monja y de gran dama que no sienta mal. Iba á estudiar con verdadera furia para ser útil á sus semejantes... y vestir pronto el admirado uniforme.

La actriz, por este motivo, no interrumpe la mudanza de calzado, y sufre paciente al importuno. Mientras tanto, nuestro majadero no separa de ella los ojos. Después mira desde el escenario lo que sucede con el asiento dudoso que ansía. Lo ve libre, y pareciéndole que no vendrá su legítimo poseedor, lo ocupa corriendo. Pero apenas lo hace, llega el propietario y quiere defender su derecho.

Después se había quitado su propio calzado, porque era un marrano que gustaba de andar descalzo con las patas sobre el suelo. «¡Ay, qué rico!...». Quitose también las medias y echó a correr detrás del gato, cogiéndolo por el rabo y dándole muchas vueltas... Por eso estaba tan mal humorado el pobre animalito... Luego se había subido a la mesa del comedor para pegarle un palo a la lámpara... «¡Ay, qué rico!».

Ni la irregularidad del vestir encubría, antes bien, patentizaba, la distinción de la persona: cuantas prendas componían su traje eran ricas en su género; inglés el paño, holanda la tela de la camisa, de primera el calzado y guantes.

Toda la comitiva se dirigió a una de las bocas de la mina llamada "Pozo de San Jenaro". Cerca de este pozo hay un edificio destinado a la inspección y al peso, donde las damas y los caballeros cambiaron de calzado y se pusieron los impermeables. Al verlos de aquel modo ataviados, un estremecimiento de anhelo y de entusiasmo corrió por el resto de los excursionistas.