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Un afluente arroyuelo, que de la selva umbría desciende entre peñascos, la baña con amor; y un chorro le regaba por tosca cañería, que en la callada noche es canto y melodía y néctar cristalino del día en el calor.

Pero, de repente, siente como un chorro de calor dulce... Por su cerebro pasan en un mismo instante, un sinnúmero de imágenes.

Su clima se asemeja al de la Riviera, sin los inconvenientes que allí se observan de tempestades violentas heladas o extremado calor.

Esa terrible enfermedad de la juventud; ese aterrador despertar de los más hermosos sueños del amor; ese descarnado fantasma, que inflexible, rígido, implacable, avanza y avanza siempre cual si lo empujara la maléfica influencia de la maldición del réprobo; esa enfermedad, tormento de la ciencia que busca siempre el calor del alma, que se desarrolla al compás del amante corazón, y que nunca retrocede, se apoderó de la pobre existencia de Lola.

Y se echó a llorar amargamente, con el corazón encogido, escondiendo la preciosa carita en el seno de su madre, como si buscara allí lo que encuentra la más pequeña golondrina en el fondo de su nido: el calor de la ternura materna.

El asno bonito se acuesta...¡Las dos, y yo despierta!... »¡Qué silencio en la casa! Me volveré de este otro lado... ¡Oh!, ¡qué calor tengo! Me deslizaré a esta otra parte que está más fresca. Tengo un cuerpo precioso. Lo digo yo y basta... Vamos, ¿pues no me estoy riendo, cuando son las dos y no he podido dormirme?

Solo puede dejarte mi cariño Esta guirnalda que á tu frente ciño Adornada con flores de amistad; Flores del alma que brotaron bellas Al calor de esos ojos que destellas Iluminando el alma en su mirar. ¡Adios!

Pues no sería porque ella no estuviera bien guapa, que en realidad había echado el resto aquel día... Pasaba tiempo y la Bringas no volvía de su asombro, el cual se iba resolviendo en despecho a medida que Pez agotaba todos los temas de conversación, el tiempo, el calor de Madrid, la salud de todos, las conspiraciones, sin tocar, ni por incidencia, el que ella estimaba más oportuno.

Llama á las ovejas y les dice: «Con el calor que se ha entrado, señoras, para nada necesitáis esos gabanes de invierno.» ¡Es admirable el equipo de la muchedumbre pecuaria!

Luciana estaba muy pálida y sus ojos irritados indicaban un largo insomnio. Me tomó la mano, la conservó en la suya, cuyo calor me quemaba a través de mi guante, y me dijo: Gracias por haber venido... Es usted buena, Elena, y se puede fiar en usted, ¿no es verdad? Sus ojos me miraban como si buscasen mi alma en el fondo de los míos.