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No es tampoco la calma poética y serena del golfo de Nápoles, reflejo del alma de Virgilio, que se impregnó de ese cuadro de celeste tranquilidad.

Una sola cosa subsistía todavía a sus ojos: la necesidad de cumplir su deber por gratitud al señor Aubry. Esta idea lo mantenía fiel en su puesto. A menudo se reprochaba el dejarse vencer por un pesimismo peligroso. Ante su impotencia para encontrar la calma, la energía de su voluntad desamparada se acusaba de debilidad y de egoísmo; pero no podía dominar su tristeza creciente.

Ella se dejó lavar la herida con un abandono de criatura enferma, fijando en su agresor unos ojos implorantes, que se abrían enteros por primera vez. Cuando la sangre cesó de surgir, formándose en la sien una mancha roja de coágulo, Ferragut intentó levantarla. No, déjame así murmuró ella . Prefiero estar á tus pies. Soy tu esclava... tu cosa. Pégame más, si eso calma tu cólera.

Y todos, como si despertasen de la calma letárgica del mar, mostraban un deseo famélico de ver tierra, de distinguir aquellas islas en las que no había de detenerse el buque. Abajo en el comedor almorzaban muchos con cierta precipitación, como gentes que han de ir al teatro y aceleran la comida por miedo de llegar tarde. «Tierra: ya se ve tierra», decían de mesa en mesa con una alegría infantil.

Digo, ; me costó un... un combate.... En fin, eso es lo que menos importa. Por no pensaría en irme, pues no estoy buena y se me figura que... duraré poco..., pero..., ¿y la niña? La niña.... La van a matar, Julián, esas... gentes. ¿No ve usted que les estorba? ¿Pero no lo ve usted? Por Dios le pido que se sosiegue.... Hablemos con calma, con juicio....

Su aventura con Maud había desvanecido todos los propósitos de cordura que le acompañaron al subir al buque. Sus nervios guardaban aún el recuerdo de recientes vibraciones; su carne, mal dormida, estremecíase al sentir el contacto de otra mujer. Aquella calma monacal que había reinado en el trasatlántico durante la primera semana de viaje ya no existía para él.

Tía y sobrino bajaron la escalerilla, encontrando en el patio a Pampa, que pasaba con la sopera humeante en las manos; ya don Pablo Aquiles se había sentado a la cabecera de la mesa y desdoblaba con calma la servilleta. ¿Qué es esto, caballerito? ¡cómo se hace usted esperar!

Estaba dormida, y tenía la calma, el dulce e insensible respirar que hace sagrado el sueño de los niños. Julián no se cansaba de mirarla así. ¡Santita de Dios! murmuró apoyando los labios muy quedamente en la gorra, por no atreverse a la frente. Cójala usted, Julián.... Ya verá lo que pesa. Ama, déle la niña....

Admira realmente la calma y sinceridad de conciencia con que el pueblo vaudense delibera y resuelve, reunido en comicios, sobre los intereses públicos, y el entusiasmo perseverante con que se sostienen allí, en todas las ciudades y villas, numerosas asociaciones científicas, literarias, industriales, patrióticas, etc., que gozan de plena libertad y ejercen fecunda accion sobre el progreso moral, intelectual y material.

Te lo presento en la previsión de que falle el primero, lo que bien pudiera suceder. Vamos allá... Fortunata esperaba con ansia la exposición del segundo caso, pero Feijoo lo tomaba con calma, pues se quedó buen rato meditando, con el ceño fruncido y la vista fija en el suelo.