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Se calma la furia del diluvio, sobre todo, después de haberse unido á otros cursos de agua venidos de otras regiones donde no ha llovido, ó por lo menos, no al mismo tiempo.

Como el pobre niño se hallara en aquel momento amodorrado, pudo Don Francisco observarle con relativa calma, pues cuando deliraba y quería echarse del lecho, revolviendo en torno los espantados ojos, el padre no tenía valor para presenciar tan doloroso espectáculo y huía de la alcoba trémulo y despavorido.

No, no; nunca estés triste... A través del espacio, que guarda los arcanos de nuestro amor sin calma, enlacemos, despacio, el alma de las manos y las manos del alma. Cercedilla, Septiembre 1922. Nació en Ilo-Ilo el 20 de Octubre de 1893.

«Y qué, ¿qué es? preguntó Jacinta picada de la novelería . ¡Ah! Sagunto, ya... un nombre. De fijo que hubo aquí alguna marimorena. Pero habrá llovido mucho desde entonces. No te entusiasmes, hijo, y tómalo con calma. ¿A qué viene tanto ¡ah!, ¡oh!...? Todo porque aquellos brutos...». ¿Chica, qué estás ahí diciendo?

En una mañana de Diciembre, el vapor Tabo subía trabajosamente el tortuoso curso del Pasig conduciendo numerosos pasageros hácia la provincia de la Laguna. Era el vapor de forma pesada, casi redonda como el tabù de donde deriva su nombre, bastante sucio apesar de sus pretensiones de blanco, magestuoso y grave á fuerza de andar con calma.

Tantas y tan distintas emociones de amor, de terror y de sorpresa, me habían asaltado al mismo tiempo, que las fuerzas me faltaban, debilitábase mi razón, y algún tiempo después de tan penosos acontecimientos no podía creer todavía en la calma que me rodeaba.

Alrededor de ellos, más de veinte pisaverdes, unos paseando nerviosos, otros, con más calma, a pie firme, esperaban igualmente cada uno por su lado.

Doña Blanca, no bien entró su hija, supo dominarse y recobrar su calma habitual. Un poco más tarde vino el benigno D. Valentín, y todos fueron á comer como si tal cosa. El P. Jacinto echó la bendición al empezar la comida, y rezó al sentarse y al levantarse. Ya de sobremesa, tuvo efecto la grata sorpresa de la corza. Clarita la halló encantadora.

Subió la sangre al rostro de doña Mencía y le tiñó de rojo al escuchar aquellas palabras; pero con serenidad y calma, para que lo que había resuelto no se atribuyese a momentáneo arrebato, sino a resolución premeditada e irrevocable, dijo a D. Diego de esta suerte: No hubiera yo presumido ni creído nunca, Sr.

Luego en medio de la calma profunda, de la hora y del lugar, evocaba á mi pesar las escenas tumultuosas y las sanguinarias violencias que habían llenado esta existencia que acababa.