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Con esto quedó restablecida la calma y en buen lugar la autoridad de Fray Diego, quien ordenó á los religiosos que volvieran á sus faenas respectivas y se retiró á su celda. Apenas comenzadas sus oraciones oyó que llamaban suavemente á la puerta.

Si hubiera yo de seguir contando y pintando circunstanciadamente las cosas, escribiría un tomo de quinientas o seiscientas páginas. Demos, pues, punto aquí: y, gracias a que este artículo no peque por largo, y a que tenga el lector la suficiente indulgencia, vagar y calma, para leerle todo sin enojo, fatiga ni bostezo.

Pero la alegría inconsciente y la excelente naturaleza de Priscila, así como su buen sentido, pronto hubieran hecho desaparecer la primera de estas sospechas; mientras que la calma modesta de la conversación y de las maneras de Nancy anunciaban claramente un espíritu exento de todo artificio reprochable.

Mi pobre hija estaba sonriente; yo he rogado por ella, la he exhortado, con la misma calma y tranquilidad que si se hubiese tratado de cualquier otro acto natural de la vida; ella ha preguntado por diversas personas: ¿Están enteradas? decía.

Este conducía el asunto con mucha más calma, lo enredaba con habilidad desesperante, aprovechándose de la violencia que ella mostraba para hacerla aparecer a los ojos de la sociedad como ambiciosa y desnaturalizada. Esto no obstaba para que entre sus íntimos soltase de vez en cuando alguna de sus frases burlonas y cínicas, que al llegar a oídos de ella la hacían estallar de furor.

En vano afectaba oír en calma aquellas cosas. Su desagrado no era pena, sino ira, viendo que no se había equivocado cuando, a poco de poner el pie en la casa, imaginó que allí no había devoción ni creencias.

La tabes mesentérica se alivia algunas veces; y si su accion benéfica no llega hasta la curacion de los tejidos degenerados, calma el dolor y disipa la irritabilidad; obra con eficacia en las induraciones que existen y en las que vienen á terminar las inflamaciones de los vasos y de los gánglios linfáticos.

Los amigos del orador trataron una vez más de imponerle silencio con sus risotadas. ¡Maugirón, nos estás aburriendo! ¡Una cena de multa, Maugirón! ¡Se escurre como un macarrón, este tipo! ¡Qué cursi es eso! ¡Pues no se ocupa de la magistratura!... ¡Oye! Pide una plaza de fiscal... ¡Sois todos unos idiotas! exclamo Maugirón aprovechando un momento de calma. ¡Qué grosero! dijo Marieta de Fontenoy.

Mi tía lanzó una imprecación, que no dejaré repetir a mi pluma. Al fin y al cabo proseguí con calma, usted tiene naturalmente el gusto de una mujer del pueblo, mientras que yo, yo... Pero quedé boquiabierta a mitad de la frase; mi tía acababa de romper un plato con el mango de su cuchillo.

Su recuerdo es para un ariete, relámpago que cruza las soledades de mi cerebro, viento agitado en mi calma abrumadora, águila que despierta en horas de abatimiento a picotazos mi alma. Fui, con varios condiscípulos, expresamente a conocerle. Habitaba casa humilde y vivía modestamente.