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Velázquez, que siempre se había mostrado indiferente á estas bullas y se había reído de los burlados, dijo en voz alta y con acento colérico que estaba bien hecho y que fué lástima que el hombre no le hubiese sacado las tripas al galancete. Cuando los culpables fueron arrojados del salón y se restableció la calma, vió entre las máscaras una más alta que le pareció su amante.

Pues mire usted, amigo me respondió con mucha calma, soltando el consabido chorrito por el colmillo, al verle a usted tan bravo, cualquiera diría que le han tocado en lo vivo. Si es así, ¡a ello! Yo le doy la absolución... Oiga usted: le prevengo que no ha sido ocurrencia mía. Todo el mundo dice por ahí que le hace usted la rosca a la monjita: ¡conque ojo!

En la calma de este retorcimiento tempestuoso e inmóvil, en la soledad de estos campos poblados de espantables y perennes visiones, cantaban los pájaros, extendían su invasión hasta el pie de los troncos carcomidos las flores silvestres, y las hormigas iban y venían en infinito rosario, socavando como mineras infatigables las añosas raíces.

Visité Motril, Velecillos, la Alpujarra; hallé donde quiera la quietud del sepulcro, la calma de la muerte.

Y la labor penosa en la calma aparente que al huracán precede y volverá a bramar, con la tarea siguiendo más firme, más prudente, provocará otra lucha aun más tenaz y ardiente hasta que consigamos tus lágrimas secar.

Ningún ruido se escapa de esas aldeas donde la vida parece deslizarse en eterna paz, en la dulce calma de la humildad que nada ambiciona.

Esteban, no es fácil que nos entendamos si te aferras a tus preocupaciones. No pongas ese gesto; óyeme con calma; no te muevas como un autómata a impulsos de los mismos hilos que movieron a nuestros abuelos y tatarabuelos. hombre y obra con arreglo a tus pensamientos propios.... y yo tenernos diversas creencias.

Estaba ya en el primer piso, y ni siquiera había percibido, en la calma solemne del hotel, ninguno de esos detalles con que se revela la muerte al entrar en una casa. Estaba en el dormitorio de la señora: una habitación sumida en suave penumbra, que rasgaba una faja de sol filtrándose por un balcón entreabierto.

El escultor dio las gracias sin parecer tan sensible a la honra que se le dispensaba. Después de algunos momentos de silencio D.ª Fredes volvió a tomar la palabra con idéntica calma y majestad.

Cristeta se sintió más enamorada que nunca, y don Juan más esperanzado con la victoria, a semejanza de los grandes capitanes que no arriesgan ni proponen batalla hasta después de haber irritado al enemigo en largos días de desear la lucha, porque de esta suerte queden la sangre fría y la calma triunfantes del entusiasmo y del coraje. <tb>