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Velázquez salió de aquella casa feliz como un desahuciado á quien prometen la vida. Y á paso corto de transeunte curioso y satisfecho emprendió el camino de su casa al través de las calles buscando la sombra.

El orígen de Brusélas data del fin del siglo VI, muy humilde por cierto, pero su verdadera importancia no comenzó sino en el XII. Rodeada en otro tiempo par murallas y fortificaciones, el espíritu moderno las ha demolido para reemplazarlas con una cintura de boulevards ó magníficas calles de alamedas, estaciones de ferrocarriles, jardines públicos y privados, elegantes casas de campo, fábricas y arrabales considerables.

El abogado se vió en un automóvil con varios hombres á los que apenas conocía. Otros vehículos marchaban delante y detrás del suyo. En uno de ellos iba Freya con las monjas y el sacerdote. Una débil claridad blanqueaba el cielo, marcando las aristas de los tejados. Abajo, en el lóbrego fondo de las calles, empezaba lentamente la circulación del amanecer.

Pero estoy fuera de lugar: estas apreciaciones pertenecen á otra parte de estos apuntes. No hallamos pobres que pidan, ni niños jugando por las calles. Las clases que se manifiestan al público respiran bienestar y decencia. ¿Pero es todo esto verdad? ¡Ay!

El resto de las calles de Rio Janeiro, en general, está en un lamentable atraso, sin empedrar, descuidada su limpieza, y en estado de perfecto abandono. Hay un gran número de plazas, entre las que descuella, por su inmensa extension, la del Teatro Provisorio.

Ya no tendría valor para detener en las calles a sus antiguos jefes, pacíficos veteranos que vegetaban en Madrid, abrumados por las estrecheces del sueldo de retiro.

No había alumbrado; pero el reflejo de la nieve que cubría las calles hacía la noche muy clara, aunque el cielo estaba muy oscuro. Salía yo de una de esas casas... Pero antes de que os diga la casa de donde salía, debo deciros quién soy yo. Soy un hombre ni feo ni hermoso, que acabo de cumplir treinta y seis años, y que en la época en que pongo la fecha de mis memorias tenía veinticuatro.

Algunos hombres se marchaban a pié lentamente, divididos en grupos o en parejas, escuchando a lo lejos durante largo rato el ruido del rodar de los coches en las desiertas calles, cuando ya empezaba a despuntar el día y los serenos corrían soñolientos, de farol a farol, apagando los mecheros de gas.

En medio de aquellas calles tortuosas, generalmente estrechas y caprichosas, y que en gran parte conservan muchos rasgos de la estructura que fué característica de las viejas ciudades germánicas, se mueve una poblacion laboriosa, áspera en apariencia, de carácter dulce en el fondo, y que vive en un trabajo insensible pero constante de fusion y trasformacion.

Fueron cinco años de aturdimiento en que desfilaron ante su vista calles populosas, teatros resplandecientes, hoteles magníficos, salones de baile, trajes deslumbradores, muchos conocidos y ningún amigo. Su marido se plegaba a sus caprichos a la fuerza, como un oso indómito que obedeciese gruñendo al palo del domador. Habían tenido una niña, que se murió a los cuatro meses.