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Allí estaba ella para barrer hacia la calle aquel lodo que entraba todos los días por la puerta de la taberna; a ella la manchaba, pero a él no; él allá dentro con Dios y los santos, bebiendo en los libros de la ciencia que le había de hacer señor; y su madre allí fuera, manejando inmundicia entre la que iba recogiendo ochavo a ochavo el porvenir de su hijo; el de ella, también, pues estaba segura de que llegaría a ser una señora.

En un trayecto de diez ó doce kilómetros el canal, con una anchura uniforme de diez á catorce metros, parece una inmensa calle trazada en perspectiva, recta en lo general y con aspecto monótono y desapacible.

Misia Casilda quedó espantada, temblando más de susto que de frío. ¡Ah! ¡Dios mío! ¡se va a jugar! Quilito juega, Quilito juega... ¡Dios mío, Dios mío! Pasó el resto de la madrugada en vela, y el alba la encontró acurrucada en la cama, los ojos arrasados de lágrimas amargas; se oían rodar los carros en la calle, cuando entró el niño.

Aquella intimidad, aquella compenetración singular de los cuñados en casi todos los actos de la vida, había engendrado una ilimitada confianza entre ellos, sobre todo por parte de Gonzalo. Nada le pasaba a éste en la calle, en el café, que no viniese a contar a Cecilia, que le prestaba incansable atención.

Ha vengado Las canas de un padre honrado. 395 Esto en viéndole diréis... Y que yo soy, cuanto á , Su yerno, pues se casó Conmigo, aunque me mató Cuando los brazos la . 400 Con esto vuelvo á su fama Lo que afrentarla pudiera. Toda la cárcel se altera. Quiero buscar esta dama. Una calle de Madrid. ¡Hermosa viuda, don Juan! 405 No he visto cosa más bella.

A medida que avanzaba el tiempo, sin que la criada volviese al hogar, crecía la angustia del ama, quien, si al principio echó de menos a su compañera por la falta que en el orden material hacía, pronto se inquietó más, pensando en la desgracia que habría podido ocurrirle: cogida de coche, verbigracia, o muerte repentina en la calle.

Desde las siete de la noche había salido de casa, agitado y sombrío; sus criados le vieron entrar dos veces acompañado de diferentes individuos; á las ocho Makaraig le encontró rondando por la calle del Hospital, cerca del convento de Sta.

Pero es igual; el primer advenedizo, el mozo de cordel de la esquina, el aguador que grita en este momento en la calle. Sacó del bolsillo las gafas, levantó ligeramente la cortina, examinó, a través de aquéllas, la calle de Beaune, y dijo al doctor: He ahí a un muchacho que no tiene mala cara. Tened la bondad de hacerle señas, porque yo no me atrevo a mostrar a los transeúntes mi rostro.

Decidieron por fin establecerse en el Siglo de la calle Mayor, donde se encontraron bastantes personas conocidas. Rubín necesitaba algunos días para la aclimatación en nuevo local. Al principio cambiaba frecuentemente de mesa, bien porque el sitio era expuesto a las corrientes de aire, bien por ciertas vecindades un poco molestas.

¿Por un cura?... ¿Y dónde están los curas, mentecata?... Di a Nazaria que no se muera, que volveré pronto.... Corre y tráeme las pistolas. Voy por el cura. Sube y trae las pistolas gritó López. La coja entró en el portal, y emprendió su lucha con la escalera. Esto empezaba a ser para ella como beberse el mar. Y se lo bebía. Poco después el atleta y sus amigos volvían a la calle de los Estudios.