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Antonio, vuélvete a la calle Imperial, diles que preparen todo, y yo iré al carro a ver si lo arreglo para esta tarde. Nina, vete con Dios, y cuidado no se te pegue... ¿sabes? ¡Ay, hija, se te pegará, por mucho aseo que tengas! ¿Ves? ya empiezas a sufrir las consecuencias del mal paso... por no hacer caso de . Doña Paca me dijo que te permitiera ir allá. Quiere verte: ¡pobre señora!

Y cogiéndola del brazo dobló con ella de nuevo la esquina de la calle de Serrano; entonces, ciega de ira la dama, parada en la acera, cual si la rabia la hubiese allí enclavado, comenzó a arrojar por la boca todos los sentimientos de su corazón mezclados y confundidos, pero bajo la forma siempre del insulto, a la manera que lanza un volcán todas las materias contenidas en su seno, formando un solo cuerpo, un solo torrente de lava que tala y destruye por dondequiera que pasa... Esforzábase en vano Jacobo por probarle su inocencia; ella no le dejaba hablar, y con sus flacas manecitas habíale deshecho el embozo, levantando hasta el rostro de él las uñas, como si quisiera arrancarle los ojos.

Entonces dijo Nazaria con temblor y abatimiento , esa maldita cólera de Dios no me perdonará a , porque le tengo más miedo que a una centella, y si miro a la puerta me parece que entra en figura de gente, si miro a la ventana me parece que entra con el aire, con el sol y con el polvo de la calle.

Las necesidades de la vida turbaban su amoroso aislamiento, haciéndoles salir de aquella inconsciencia de pájaros errantes que por primera vez construían nido. Isidro tomó el sombrero para bajar a la calle y hacer sus compras. Adiós, niña... Rica, adiós: vuelvo en seguida. Se despedían entre fuertes abrazos.

No ya el dinero, sino la propia sangre se le podía dar con entera confianza. Micaela y Tónica, al estar en la calle, lanzaron un suspiro de satisfacción. ¡Dios mío! ¡Qué peso se quitaban de encima!

El airecillo nocturno llevaba calle abajo el picante olor de la cebolla y el hedor de la manteca requemada. Salí de la botica contagiado de tristeza pedagógica. Pensé en mi situación; me puse a cavilar en mi suerte; en que era yo pesada carga para mis tías, las cuales me habían sostenido por tantos años a costa de extremos sacrificios. Aquello no podía seguir así.

Alegre todo el día, activa, solícita, llenaba el hogar del Magistral de cantares religiosos a los que daba, sin saber cómo, sentido profano, aire de la calle. Aquel tono alegre era más picante por el contraste con el rostro de Dolorosa de la joven.

Volvieron el rostro al cafetín, y como personajes de tragedia, lanzaron una eterna maldición sobre la cabeza de Espantagosos, un ladrón que, al quedarse sin dinero dos hombres honrados, les echaba a la calle sin más miramientos. El humo de la falla, denso y pegajoso, les hizo toser; pero se detuvieron ante el rescoldo enorme como un brasero de gigantes.

Subieron con ellas, permanecieron de visita más de una hora, cantó Amparito para obsequiar a su futuro suegro, y cuando salieron a la calle, el padre y el hijo marchaban como compañeros unidos fraternalmente por una común empresa.

Llegamos al portal, los lacayos nos cobijaron con una mirada maestra; no vieron bulto ni cosa alguna que lo valiese; se convencieron de que nada habiamos comprado, de que habiamos sido inútiles á sus señores, de que la librea habia sido nula, y creyeron prudente ó estratégico retirar el saludo. ¡Gracias á Dios! Ya estamos en la calle de Richelieu.