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Si fuera Martín quien eso dijera, Estuviera disculpado; 1160 Pero ¡un caballero, un hombre Como vos!... No es elección Amor; diferentes son Los efetos de su nombre. Es desde el cabello al pie 1165 Tan bizarra y aliñosa, Que no es tan limpia la rosa, Por más que al alba lo esté. Tiene un grave señorío En medio desta humildad, 1170 Que aumenta su honestidad Y no deshace su brío.

La de Ribert es el vivo retrato de su hija o más bien, ésta es la reproducción exacta de lo que ha debido de ser su madre. El cabello gris de la de Ribert, parece ser el sucesor designado de la opulenta cabellera de Genoveva.

Además, don Carlos tuvo que privarse del placer de continuar haciendo suposiciones sobre su futura riqueza al ver á una mestiza de formas exuberantes, carrilluda, con los ojos oblicuos y una gruesa trenza de cabello negro y áspero que se conservaba sobre sus enormes prominencias dorsales para seguir descendiendo. Al entrar en el comedor dejó junto á la puerta un saco lleno de ropa.

Nunca fue Miranda un militar afortunado; debilitadas sus facultades por los años, amargado por rencillas internas, su papel como general en esta lucha es deplorable, y vencido, abandonado, cae prisionero de los españoles, que lo encierran en Puerto Cabello, de donde se le saca para ser trasladado a España, entregado por Bolívar.

¿Quién no conoce en la montaña al directo descendiente de los paladines y ricohombres gallegos, al infatigable cazador, al acérrimo tradicionalista? Ramonciño Limioso contaría a la sazón poco más de veintiséis años, pero ya sus bigotes, sus cejas, su cabello y sus facciones todas tenían una gravedad melancólica y dignidad algún tanto burlesca para quien por primera vez lo veía.

Y se apretaba con cierto terror contra el pecho de Rafael, hundía las manos en el cabello del joven, echaba atrás su cabeza para pasear su boca ávida por toda la cara, besándole en los ojos, en la frente, en la boca, mordiéndole la nariz y la barba suavemente, pero con una vehemencia cariñosa que arrancaba ligeros gritos a Rafael. ¡Loca! murmuraba sonriendo. ¡Que me haces daño!

Dos rosas asomaban sobre sus orejas, y bajo el ala de su fieltro, echado atrás y adornado con una cinta a flores, escapábanse en rizado flequillo las ondulaciones de su cabello, lustroso de pomada. Febrer, viendo estos adornos casi femeniles, sus grandes ojos y su pálida tez, lo comparó a una doncella exangüe de las que idealiza el arte moderno.

Vamos a subir, con los noruegos de barba colorada, con los negros senegaleses de cabello lanudo, con los anamitas de moño y turbante, con los árabes de babuchas y albornoz, con el inglés callado, con el yanqui celoso, con el italiano fino, con el francés elegante, con el español alegre, vamos a subir por encima de las catedrales más altas, a la cúpula de la torre de hierro.

A pesar de esto, parecía aún de complexión fresca y juvenil, y su cabello escaso y entrecano denotaba al hombre de unos cincuenta años. De cara simpática y complaciente, tenía una aptitud así como la del camaleón para adoptar la sombra y el color de las opiniones y caracteres de los que entraban en su trato.

La especial contextura de aquel infatigable guerrero, su alta y amplísima cavidad torácica; sus anchos y elevados hombros; sus cargadas espaldas; su cráneo característico; su ángulo facial, típico en la casa de Austria; la depresión de la boca; la prominencia de la barba por el descompasado avance de las mandíbulas: todo se apreciaba exactamente, y no en esqueleto, sino vestido de carne y cubierto de una piel cenicienta, ó más bien parda, en que aun se mantenían algunos raros pelos de pestañas, barbas y cejas y del siempre atusado cabello.....