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Real viaje de la Reina N. S. Doña Mariana de Austria desde la corte y ciudad imperial de Viena hasta éstos sus reinos de España. Madrid, 1649. El Governador y Consilleres de la ciudad besaron á S. M. la mano, como también algunos caballeros de puesto en aquella plaza.

Figúrasenos que los antiguos caballeros, cubiertos de hierro y armados con su yelmo y su escudo, se levantan de sus tumbas, ó que tornan á la vida desde los sepulcros marmóreos de la catedral de Burgos.

Descendieron los paseantes y luego de efusivas demostraciones les dijo don Casiano: Pasen... pasen, caballeros... aquí está más fresco... tomen asiento. Qué hermosa chacra tiene usted, señor dijo Lorenzo, qué hermosos árboles. , señor, si algo vale es por eso... tiene árboles hechos ya... la chacrita vale por vieja, señor, al revés de las personas.

Responder quisiera don Quijote, pero estorbáronlo el duque y la duquesa, que entraron a verle, entre los cuales pasaron una larga y dulce plática, en la cual dijo Sancho tantos donaires y tantas malicias, que dejaron de nuevo admirados a los duques, así con su simplicidad como con su agudeza. Don Quijote les suplicó le diesen licencia para partirse aquel mismo día, pues a los vencidos caballeros, como él, más les convenía habitar una zahúrda que no reales palacios. Diéronsela de muy buena gana, y la duquesa le preguntó si quedaba en su gracia Altisidora.

¿Otra cosa, caballeros? volvió a preguntar el mozo poniéndose la servilleta bajo el brazo y apoyándose con ambas manos en la orilla de la mesa. Una tortilla de yerbas... ¿qué les parece? dijo Melchor. Por , no. Entonces, ¿quemada, con azúcar? Por , no insistió Lorenzo, agregando: Para , café. Y para también. Bueno; mozo, tráiganos café. ¡Conforme! repuso el mozo, alejándose.

El barón en tanto había hallado un competidor digno de su esfuerzo y bríos en guerrero tan famoso como Don Sebastián de Gomera, lanza escogida de los caballeros de la Orden de Santiago. Acometiéronse con tal furia que al primer encuentro quedaron rotas ambas lanzas, y empuñando los aceros se atacaron con denuedo sin igual.

Recuerdo que este fue el tema de mi respuesta a las salutaciones corteses de los dos caballeros; pero no lo que dije. De lo que estoy seguro es de haberlo dicho muy mal. Valga la verdad. Así llegaba él, con la cara echando lumbres y los labios contraídos entre las barbas erizadas y los bigotes con carámbanos.

Este periódico se publica para conversar una vez al mes, como buenos amigos, con los caballeros de mañana, y con las madres de mañana; para contarles a las niñas cuentos lindos con que entretener a sus visitas y jugar con sus muñecas; y para decirles a los niños lo que deben saber para ser de veras hombres.

Los caballeros no desdeñaban alternar con él. Los artesanos, á cuya clase pertenecía, le respetaban como su ideal: era la encarnación de sus gustos y deseos. Pontes, con quien había trabado amistad hacía algunos años, le adoraba.

En Burgos, ciudad ilustre y famosa, no ha muchos años que en ella vivían dos caballeros principales y ricos: el uno se llamaba don Diego de Carriazo, y el otro, don Juan de Avendaño. El don Diego tuvo un hijo, a quien llamó de su mismo nombre, y el don Juan otro, a quien puso don Tomás de Avendaño.