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Buscaba allí la fe que se desmoronaba. «¿Por qué se desmoronaba? ¿Qué tenía que ver la Iglesia con el Magistral? ¿No podía aquel señor haberse enamorado de ella... y ser verdad sin embargo todo lo que dice el dogma? Claro que . Pero rezaba para creer.

Pues he buscado á doña Catalina, cuya bondad conozco, á fin de que me sirviese para con vos de recomendación y ayuda. Bastaba vuestro nombre. No había necesidad de que nadie supiese que yo os buscaba; conócese mi nombre más que mi persona... y cuando se trata de conspiraciones... ¡De conspiraciones! ¡Se conspira! ¿Pero contra quién, caballero?

Por una parte y otra el terremoto Con gran furia pasó, quedando aislado El indio de rodillas, muy devoto, Sin ser del terremoto maculado. Cual suele temeroso por el soto La huida buscar ciervo ó venado Cuando oye el arcabuz, así buscaba El indio por donde ir, mas no lo hallaba.

La nube que oscurecía la frente de Simoun se disipó de repente, un rayo de triunfo brilló en sus ojos, y cual si hubiese encontrado lo que buscaba, exclamó: ¡Tengo razon, , tengo razon! el derecho me asiste, la justicia está de mi parte, porque mi causa es la de los desgraciados... ¡Gracias, joven, gracias! Usted viene á disipar mis dudas, á combatir mis vacilaciones...

Al principio parecía como si no alcanzara a darle un sentido comprensible. Es verdad prosiguió, soy un punto de apoyo bien débil, ¿verdad? un razonador que cansa, un amigo, quizás, inútil... Luego se veía que buscaba solución menos ruda.

Marta Körner era una rubia de veintiocho años, muy fresca, llena de grasa barnizada de morbidez y suavidad; su principal mérito físico eran sus carnes; pero ella buscaba ante todo la gracia de la expresión y la profundidad y distinción de las ideas y sentimientos.

¿Es verdad que a usted... que a usted...? El director buscaba palabras. ...¿Que a usted le gustan las negras? ¡, excelentísimo señor! El director miró con ojos asombrados a Kotelnikov, y preguntó: Pero vamos... ¿por qué le gustan a usted? ¡Ni yo mismo lo , excelentísimo señor! Kotelnikov sintió de pronto que el valor le abandonaba. ¿Cómo? ¿No lo sabe usted? ¿Quién va a saberlo, pues?

Maximiliano buscaba una fórmula para pedirle perdón sin menoscabo de su dignidad de señorito. Sentíase con impulsos de protección hacia ella. Verdad que habían jugado juntos; que el año anterior, a pesar de la diferencia de edades, eran tan niños el uno como el otro, y se entretenían en enredos inocentes. Pero ya las cosas habían cambiado.

¡Julia!... Le dio un vuelco el corazón. Había hallado lo que buscaba: aquella cabeza semejaba extraordinariamente a la de su hermana, no sólo juzgando por el recuerdo de la infancia, sino por el retrato que de ella poseía, regalo de su padre.

Quedábase unos instantes inmóvil ante el lecho, contemplando fijamente al enfermo, como si en su rostro enrojecido e inmóvil pudiera leer algo de lo que pensaba al rechazarla con tanta vehemencia. Entreabría los párpados del enfermo y se fijaba en el ojo amarillento, opaco, sin vida, no pudiendo encontrar en él un rastro del pensamiento que con tanto interés buscaba. Así pasó toda la mañana.