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Glacial sensación corrió por las venas del viajero, que subió el cuello de su americana y llegó los pies instintivamente al calorífero, tibio aún, en cuyo seno de metal danzaba el agua, produciendo un sonido análogo al que se oye en la cala de los buques.

Figúrese lo que serían aquellos buques pequeños con las tripulaciones amontonadas y la madera corroída por toda clase de bichos repugnantes... Como al llegar a la línea el calor hacía que los marineros anduviesen medio desnudos y aprovechasen las largas calmas dándose baños, esta higiene momentánea exterminaba los temibles compañeros, justificando la creencia de que morían por falta de aclimatación al pasar de un hemisferio a otro.

La semana anterior le habían dado orden de despedir á todos los obreros que, trabajando en la descarga de los buques, profiriesen blasfemias ó se mostrasen interesados en la propaganda de doctrinas impías. ¡Cristo! ¡

Ministro que diera remolque á la nao y bajó á la bahía de Cádiz, saludando á su paso los buques de guerra españoles y extranjeros que estaban fondeados.

No tenían mas que arrojar en el estrecho una cantidad de minas flotantes, y el río azul que se desliza por los Dardanelos las arrastraba hacia los buques sitiadores, destruyéndolos con infernal estallido.

Andando el tiempo, el río había depuesto su sedimento de riquezas sobre esta playa, pero muy poco del espíritu español, del Gobierno español. La actividad del comercio había traído el espíritu y las ideas generales de Europa; los buques que frecuentaban sus aguas traían libros de todas partes y noticia de todos los acontecimientos políticos del mundo.

Había que cortar, fuese como fuese, el abastecimiento de la isla odiada. En el Mediterráneo no ocurrirá nunca eso. Puedo asegurártelo... Los submarinos sólo atacarán á los buques de guerra. Y como si temiese un renacimiento de los escrúpulos de Ulises, extremó sus seducciones en las tardes de voluptuoso encierro. Se renovaba, para que su amante no conociese el hastío.

¡Qué casualidad! continuó Zurita . Cualquiera diría que Solís adivinaba el porvenir... La atención de los tres se sintió atraída por los muchos buques que navegaban en dirección contraria al Goethe. Hasta entonces, el Océano se había mostrado con una soledad majestuosa. Sólo después de varios días asomaba en lontananza la nubecilla de un vapor o la pincelada gris de un velero.

Nuestros sabios creen que era un simple esclavo de los que trabajan en los buques enormes de los mares sin límites.

Más allá estaban los cascos de los buques, sustentando un bosque de palos y chimeneas, y en último término la muralla amarilla del malecón exterior y el cielo recién lavado por la lluvia, con un rebaño de nubecillas blancas y plácidas como sedosos carneros.