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Tomóme él un pedazo, de tres que eran el mejor y más grande, y díjome: "Por mi vida, que parece éste buen pan." "¡Y cómo! ¿Agora -dije yo-, señor, es bueno?" ", a fe -dijo él-. ¿Adónde lo hubiste? ¿Si es amasado de manos limpias?" "No yo eso -le dije-; mas a no me pone asco el sabor dello." "Así plega a Dios" -dijo el pobre de mi amo.

Del fondo del saco salió una voz tristísima: el camarón le estaba hablando: Párate, amigo, párate, y déjame ir. Yo soy el más viejo de los camarones: más de un siglo tengo yo: ¿qué vas a hacer con este carapacho duro? bueno conmigo, como quieres que sean buenos contigo.

Y el entusiasmo de ahora ha de ser un entusiasmo moderado, un entusiasmo frío y racional, un entusiasmo que mate facciosos, pero nada más; entusiasmo, señor, de quita y pon, y entusiasmo, en una palabra, sordomudo de nacimiento: entusiasmo que no cante, que no alborote el cotarro; que no se vuelva la casa en un gallinero. Y éste es el bueno, el verdadero entusiasmo.

Si quieres que vaya a Mar del Plata y bailemos el primer baile, me tienes que contar... a ver, habla. Pues, bueno; no hay nada; pero... puede haber. ¡Qué bien me vendría que me acompañaras a Mar del Plata! ¿Flirteo?... ¿Principio?... Iré si me necesitas. Bueno; entonces te contaré. Aunque ya te puedes imaginar... No digas más, Margarita, ¡no digas más!... ¿Ha vuelto? ¡Era de ley!

La de Ribert, que esperaba una oposición obstinada de la abuela, se quedó sorprendida de nuestro éxito. Bueno dijo alegremente, aprovechemos el permiso y ocupémonos del anuncio. Aquí tenéis el que he redactado durante vuestra ausencia. «Persona seria que hace estudios sobre las solteronas, desea conocer los motivos que alejan a los hombres del matrimonio.

Anduvo tras de ti, y si no estuviese fuera, sabe Dios.... No digas, mujer, no digas, que bastantes veces lo encontré yo por los alrededores de la Fábrica. Bueno, bueno, ¿y qué? ¿Por qué, un suponer, no se había de casar conmigo?

Y no dio paz al cántico hasta que divisó a una muchacha que llegaba con un cesto sobre la cabeza. Hola, Telva, cuerpo bueno: ¿adónde te vas a estas horas, chiquirritilla? Supongo que no será a Lada... Al mismo tiempo le cerraba el camino con el caballo y le aplicaba golpecitos en las mejillas con la vara. Pues a Lada me voy. ¿Y si te comen los lobos? Poco se perdería.

Cuando la severidad estoica de Kant inspira, simbolizando el espíritu de su ética, las austeras palabras: «Dormía y soñé que la vida era belleza; desperté, y advertí que ella es deber», desconoce que, si el deber es la realidad suprema, en ella puede hallar realidad el objeto de su sueño, porque la conciencia del deber le dará, con la visión clara de lo bueno, la complacencia de lo hermoso.

Pregúnteselo usted a tía Tomasa. Hasta dicen que si son tan amigos es porque ella le fabrica cierta untura que le sienta como de mano de ángel. Lleva un perro rabioso agarrado a salva sea la parte, y por eso tiene ese genio insufrible. La mañana que se levanta de mal teque, tiembla el palacio y después toda la diócesis. Es un hombre bueno, pero cuando le muerde detrás la mala bestia, hay que huir.

Una podría resignarse, es cierto, resignarse a sufrir. Pero piensa por un momento que estando casada una se enamorara de otro. ¡Qué situación horrible! Bueno, Laura le suplicaba que en último caso la acompañara yo, los vigilara yo. Fue inútil, Zoraida le repetía que nuestra familia era muy desgraciada en el amor y que ella no tenía edad para enamorarse así.