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Ea..., ya tenemos la mesa arreglada en la sala, por ser el comedor pequeño para tanto gentío. Don José, que se pintaba sólo para arreglar un banquete, contemplaba su obra con legítimo orgullo, y se recreaba en el brillo de la loza y la cristalería, en la muchedumbre de luces, en el adorno y opulencia de la mesa.

Años atrás, donna Olimpia había figurado con brillo en los saraos de la bella Imperia, Aspacia del siglo de León X, como la cortesana de Mileto lo había sido del de Pericles. Donna Olimpia, satélite ya de un astro tan refulgente, acaso hubiera llegado a igualarse con dicho astro, si su desatentada afición a correr mundo y ver tierras extrañas no lo hubiese estorbado.

Corrió a su habitación, se echó un abrigo encima de los hombros y tomando al niño que le presentaba ya Juana se dirigió a la puerta de la calle. Tristán le interceptó el paso. ¿Adónde vas? Adonde no te vea replicó resueltamente la joven. Entonces en el cerebro de Aldama brilló un rayo de luz; tuvo por un instante la visión clara de su injusticia, de su increíble necedad, y cayó de rodillas.

Contemplé aquel diminuto rostro minado por la fiebre, enflaquecido y azulado en derredor de las sienes, aquellos ojos hundidos, más abiertos y más negros que nunca, en cuyas pupilas se advertía un brillo sombrío e inextinguible, y aquella pobre niña, enamorada, medio muerta bajo la acción, del desprecio de Oliverio me dio una lástima horrible.

Veía en los bancos de enfrente el brillo irónico de unas gafas, el estremecimiento de una barba blanca sobre los brazos cruzados, como si una sonrisa bondadosa e indulgente saludase el desfile de tantos lugares comunes, mustios y descoloridos como flores de trapo. Pero Rafael no se intimidaba. Ya le faltaba poco para llegar a una hora de discurso.

La imagen de don Álvaro también fue desvaneciéndose, cual un cuadro disolvente; ya no se veía más que el gabán blanco y detrás, como una filtración de luz, iban destacándose una bata escocesa a cuadros, un gorro verde de terciopelo y oro, con borla, un bigote y una perilla blancos, unas cejas grises muy espesas... y al fin sobre un fondo negro brilló entera la respetable y familiar figura de su don Víctor Quintanar con un nimbo de luz en torno.

La riqueza y fecundidad de imaginación, que aun hoy admiramos en las mejores novelas de esta época; el brillo deslumbrador de sus palacios suntuosos, llenos de oro y piedras preciosas; sus islas flotantes, sus caballos alados, sus anillos mágicos, sus armas y castillos encantados, sus hadas, gigantes y enanos, hubiesen arrastrado imaginaciones más frías que las de los españoles.

El tren les hacía tanto caso como a una nube de mosquitos, y desapareció dejando atrás su humo y su ruido. Volviose a ordenar la hueste y siguieron marchando, con el Majito a la cabeza. ¡Ah! Todavía mandaba. Goza, goza del brillo de tu alta posición, que tiempo vendrá en que las grandezas se humillen y las altas torres se desplomen.

No envidien los astros al sol, sino reciban su luz y se callen. En cuanto brilló este sol en España, ningún astro poético se vió ya sino de noche. ¡Vive, pues, perpetuamenteVir Celtiberis non tacende gentibus, Nostraeque laus Hispaniae.

Figura... no mala; conversación, tolerable; nacimiento humildísimo, aunque bien pudieras figurarlo como de los más alcurniados y coruscantes. Valor, no lo negaré; al contrario, creo que lo tienes en alto grado, pero sin brillo ni lucimiento.