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El señor de Brenay, que no parece más que raras veces por su salón, estaba paseándose con agitación febril que sacudía con bruscos movimientos sus bigotes largos y retorcidos. La de Brenay, desplomada en una butaca, parecía aniquilada y olvidaba por completo el cuidado de conservar sus maneras aristocráticas. Petra, muy encarnada y como vergonzosa, estaba mordiendo rabiosamente el pañuelo.

El señor de Brenay, hombre muy corrido, creyó que debía, en cuanto se cambiaron los primeros cumplimientos, ponernos al corriente de lo que motivaba semejante perturbación en su interior.

Era indudable que caíamos en plena escena de familia. La abuela y yo cambiamos rápidamente una mirada de estupor, pero era imposible retroceder. El salón de los Brenay, siempre tan animado, tan alegre, tan en armonía con los gustos de los dueños de la casa, me pareció ensombrecido por negras nubes cuando tomé posesión de una silla al lado de Petra.

Por fin salió la carta... Volví a casa, donde encontré a la abuela casi repuesta de su exceso de indignación, y ya me encuentro alegre como... me falta término de comparación. Cuánto quisiera tener rápidamente una respuesta. 22 de diciembre. ¡Nada!... No hay respuesta... Qué largo es esto... Hoy, el día en que recibe la señora de Brenay, hemos ido a verla.

añadió la de Brenay, sin contar que el intelectualismo exagerado de que padecemos no es muy apreciado por esos pobres maridos... ¿Qué se hace con una intelectual? terminó con una sonrisa llena de malicia. Esa es una objeción pueril respondió el cura. Nunca el corazón de las mujeres encontrará mejor sostén ni un alimento más poderoso que el estudio de la Naturaleza. ¿Verdad, Magdalena?

A tampoco me extrañan las reflexiones maternales... Cuando llegamos a mi casa ofrecí a todas las señoras una taza de . Las de Brenay y Dumais tenían prisa por volver a sus casas, y rehusaron; pero las tres jóvenes aceptaron. Celestina, que sabe cuánto me gusta tomar un refrigerio al volver de paseo, lo preparó todo en seguida, y entre una galleta y una tostada continué mis confidencias.

A fuerza de oírlo repetir, Petra lo cree y espera con serena convicción la hora encantadora y deseada en que la renta de sus veinte mil pesos de dote, o sean seiscientos pesos, le atraerán algún millonario por marido. Los señores de Brenay desean el millón, como es de suponer, y Petra, hija respetuosa, comparte enteramente las opiniones de sus padres.

No tiene más que un sueño: casar a su hija... Pero Paulina tiene 10.000 pesos de dote y cree que con esa suma puede conquistar un yerno en una posición fantásticamente hermosa. Lo que la de Brenay y Petra sueñan en aristocracia o en dinero, la de Aimont lo desea en posición. No tiene más que estas palabras en la boca: Mi hija se casará con una posición.

Yo no respondió Petra con un movimiento de protesta. Si deseo casarme, al menos estoy segura de no ir hasta la bajeza. Los Brenay no han cometido jamás malas acciones... Tampoco los Dumais replicó orgullosamente Francisca. Pero terminó con filosofía, alguna vez han de empezar... Francisca exagera se apresuró a decir Genoveva para evitar toda protesta nuestra. Francisca exagera siempre...

La abuela se esforzó en vano por establecer que la respetabilidad personal, las cualidades del joven, su sinceridad y su lealtad evidente eran dignas de otra acogida. Ni el señor de Brenay ni su mujer quisieron conceder nada, y Petra, herida en su amor propio, no consintió tampoco en deponer su cólera.