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De pronto se detuvo tía Pepa y, sonriendo, nos dijo: ¡Bonita figura! ¡La vieja siguiendo a los galanes! Angelina quiso desenlazar su brazo; pero yo no lo permití. Encontramos nuevos grupos que iban a toda prisa, sin duda para ganar puesto en la capilla. En una esquina topamos con unos «nacateros» que se dirigían al mercado, muy cargados con grandes piezas de carne sanguinolenta.

El P. Salví le miraba de cuando en cuando, pero buen caso hacía él del P. Salví; al contrario, hacía de tropezar las muchachas para rozarse con ellas, les guiñaba y ponía ojos picarescos. ¡Puñales! ¿Cuándo seré cura de Kiapò? se preguntaba. De repente Ben Zayb suelta un juramento, salta y se lleva una mano al brazo; el P. Camorra en el colmo de su entusiasmo le había pellizcado.

Luego añadió confidencialmente, poniendo una mano sobre un brazo de Tòni: A solo te lo digo; eres el único que conoce el secreto, aparte de las personas que me lo han comunicado... Los sumergibles alemanes van á entrar en el Mediterráneo. Nosotros saldremos á su encuentro para renovar su provisión de aceite y de combustible.

Advertí en la calle que me había olvidado de ponerme el saco, aunque estaba muy bien peinado y llevaba una estrella verdadera prendida en la corbata. Esta estrella, que era como la cabeza de un clavo, yo la había arrancado del cielo con mi propia mano, parándome en puntas de pies y estirando enormemente el brazo derecho.

La condesa soltó el brazo y le dió las gracias. Eran las cuatro de la tarde de un día del mes de Junio. Los condes y sus amigos tenían delante de uno de los panoramas más espléndidos y grandiosos de la provincia en que nos hallamos, que es la más bella de España.

El joven extendió el brazo, señaló con el índice al Príncipe y la extranjera, y dijo: Todos los presentes volvieron las atónitas miradas hacia los acusados.

Y entonces vio que por una calle estrecha, la de Santiago, subía D. Benito el Mayor, escribano, hombre delgado y muy pequeño, que venía soplándose las manos y traía un rollo de papel debajo del brazo izquierdo. Le llamaban D. Benito el Mayor para distinguirle de don Benito el Menor, otro escribano, éste muy buen mozo, que se apellidaba como el Mayor, García y García.

Y aunque no fuera más que eso, grandísimo zonzo... ha murmurado, cogiéndome del brazo para salir. En el camino hemos ido al Águila, a tomar el vermut me ha explicado bien claro tres cosas.

La niña, sin decir nada, volvió a tomar mi brazo. Caminamos un buen pedazo en silencio. Yo iba pensando ansiosamente en lo que iba a decir y en lo que iba a hacer, sobre todo en lo que iba a hacer. Al fin, Teresa lo rompió, preguntándome resueltamente: ¿No me dijo V. por carta que me quería? ¡Pues ya lo creo que la quiero a V.!

Ella vestía trajes de cierta fantasía, con un puñal de plata clavado en la cabellera, adorno romántico que escandalizaba a las devotas señoras mallorquinas. Además, no iba a misa a la ciudad, no hacía visitas, no salía de su casa más que para juguetear con sus hijos o sacar al sol al pobre tísico, dándole el brazo.