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Se ocupa largamente de Rafael Pombo, el famoso autor del canto de Edda, que dio la vuelta a América, y que mereció entre la avalancha de contestaciones, una hermosísima de Carlos Guido y Spano, «Pombo según el Sr. Cané es feo, atrozmente feo. Una cabecita pequeña, boca gruesa, bigote y perilla rubia, ojos saltones y miopes, tras unas enormes gafas... Feo, muy feo.

Me parece dije tímidamente que había hecho un boceto un poco mejor. ¿El primero? No, querida; era igualmente feo en otro género. Había exagerado en un sentido opuesto... Una cara de luna llena, boca común y conjunto de una vulgaridad repugnante. Jamás consentiré en reconocerme en los pintarrajos fantásticos de la señorita Grevillois. Renuncio a ello.

A fe mía que no lo creyera si no lo oyese de tu propia boca. ¡Y sin embargo, así es, amigo mío! soy desgraciado, ¡muy desgraciado! y tengo para , que cuando a nuestros amigos les aqueja un infortunio estamos en el caso de dejarlos a solas con su aflicción. Si no comprendes esto, Felipe, será porque jamás te ha herido la desgracia.

Así es que un día ambas se quedaron atónitas y pasmadas cuando, después de varios requiebros, entre burlas y veras, D. Gumersindo soltó con la mayor formalidad y a boca de jarro la siguiente categórica pregunta: Muchacha, ¿quieres casarte conmigo?

Hallaba gracia en sus palabras, en sus gestos, en sus manías y hasta en la terquedad que la caracterizaba. La misma limitación de su inteligencia y su falta absoluta de instrucción, pues sólo sabía á duras penas leer, servían de alicientes para su amor. «Es una niña» se decía mirándola con ojos paternales, cuando salía algún gracioso disparate de su boca. «Hace el bien y el mal sin darse cuenta.

Volvímosle boca abajo, volvió mucha agua, tornó en al cabo de dos horas, en las cuales, habiéndose trocado el viento, nos convino volver hacia tierra, y hacer fuerza de remos, por no embestir en ella; mas quiso nuestra buena suerte que llegamos a una cala que se hace al lado de un pequeño promontorio o cabo que de los moros es llamado el de La Cava Rumía, que en nuestra lengua quiere decir La mala mujer cristiana; y es tradición entre los moros que en aquel lugar está enterrada la Cava, por quien se perdió España, porque cava en su lengua quiere decir mujer mala, y rumía, cristiana; y aun tienen por mal agüero llegar allí a dar fondo cuando la necesidad les fuerza a ello, porque nunca le dan sin ella; puesto que para nosotros no fue abrigo de mala mujer, sino puerto seguro de nuestro remedio, según andaba alterada la mar.

¡Admirable! ché: fíjate bien en toda la filosofía de esa fórmula tan sencilla puesta en boca de un hombre de campo que en medio de sus contrariedades comprende que debe ser amable con quienes no tienen la culpa de ellas y lo expresa así: «¡tragando amargo y escupiendo dulce

No sería fácil ir a buscarte a cien metros de profundidad que tiene ese agujero. Lucía, fascinada, se aproximó a la boca. Los gases mefíticos exhalados del pozo hacían temblar la llama turbia de las lámparas. Allí no hacía calor, sino frío; un frío espeso, sin aire respirable.

Bailando repliqué, en el Brocken con otras brujas. No se puede sacar una palabra racional de esta chiquilla, dijo moviendo la cabeza. A preguntas necias... repliqué. ¡Vaya! no volveré a abrir la boca dijo riéndose; de lo contrario se me serviría desde por la mañana un plato de necedades como en mi vida he comido. Marta me dirigió una mirada de reproche.

Y se llevó heroicamente otra vez a la boca la varilla de bronce. Era inminente salvarla. El orgullo, sólo él, la precipitaba de nuevo a aquel infernal humo con gusto a sal de Chantaud, el mismo orgullo que me había hecho alabarle la nausebunda fogata. ¡Psht! dije bruscamente, prestando oído; me parece el gargantilla del otro día... debe de tener nido aquí...