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La tapada puso su pequeña mano sobre la boca del joven, y éste, aprovechando la ocasión, la retuvo, la besó; la dama dió un ligero grito, y desasió con fuerza su brazo de la mano del joven; en ésta quedó un brazalete, que el joven guardó rápidamente, y aprovechando el haberse descompuesto el manto de la dama, la miró: ¡Ah! exclamó con desesperación.

Se tocaba un resorte o botoncito, y la figura entonces bajaba y subía los párpados, abría mucho la boca y sacaba y enseñaba una lengua muy larga y puntiaguda.

El viviente, al abrir su boca para el alimento, mascaba partículas de los que le antecedieron en el camino de la vida; al recrear ojos y oídos en la belleza, daba el arte obras y patrones de los muertos. Hasta el amor sufría esta servidumbre.

Dejose caer aletargada sobre las fundas, respirando trabajosamente, casi convulsa. Ana se sintió iluminada por una idea feliz. Tomó el muñeco vivo, y sin decir palabra, lo acostó con su madre, arrimándolo al seno, que el angelito buscó a tientas, a hocicadas, con su boca de seda, desdentada, húmeda y suave.

Cuando el sacerdote se aproximaba, la santa susurró al oído de la enferma, como secreto de ángeles, estas palabras: «Abre la boca». El cura dijo: «Corpus Domini Nostri, etc.» y todo quedó en silencio, y los párpados de Mauricia se abatieron, proyectando sobre las ojeras la sombra de sus largas pestañas.

¡Eh, , Celesto! ¿Estás ahí? De un ángulo de sombra surgió un rapacejo pelirrojo, como de doce años: el aprendiz. Se acercó con la boca abierta. ¿Tienes algo que hacer? Nada. No hay encargos, ¿verdad? No, señor. Pues saca de paseo a la neñina, hasta la plaza de la catedral, que da el sol. Yo quedo aquí al cuidado.

Era un Cristo muerto: la hendidura lívida del clavo atravesaba su diestra que reposaba sobre el descarnado pecho; las llagas enconadas de las espinas, vertiendo sangre aún, se veían en sus sienes; la boca entreabierta; amoratados los labios; los párpados caídos, aunque no cerrados del todo, dejaban ver sus ojos vidriosos y fijos.

1 [Pon] a tu boca trompeta. [Vendrá] como águila contra la Casa del SE

A Mariquita le acometió la pataleta, la gente echó a correr, hubo cierre de puertas, y a palacio llegó la noticia de que unos corsarios se habían venido a la chita callando por la boca del río y tomado la ciudad por la sorpresa.

El desgraciado chino, casi sofocado, pálido como un muerto y con los ojos fuera de las órbitas, agitaba desesperadamente el brazo que le quedaba libre, haciendo por agarrar la cabeza del reptil, que tenía la bifurcada lengua fuera de la boca.