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Juan pasó de labor a labor, de oficio a oficio, practicándolos todos, sin dominar ninguno, renunciando a unos por penosos e insalubres, a otros por indignos y embrutecedores, hasta que entró en una compañía de alumbrado eléctrico, casi como bestia de carga. Su obligación era llevar artefactos, utensilios y herramientas a sus compañeros de trabajo.

Ya comprenderán qué humillación para la mula de un Papa eso de ser suspendida de aquella altura, moviendo las patas en el aire, como un abejorro al cabo de un hilo. ¡Y todo Aviñón que la miraba! A la infeliz bestia no le fue posible dormir en toda la noche.

El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia; porque el número del hombre, y el número de él es seiscientos sesenta y seis. 1 Y miré, y he aquí, el Cordero estaba sobre el monte de Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el Nombre de su Padre escrito en sus frentes.

2 Y la bestia que vi, era semejante a un leopardo, y sus pies como pies de oso, y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder, y su trono, y grande potestad. 3 Y vi una de sus cabezas como herida de muerte, y la llaga de su muerte fue curada; y toda la tierra maravillada, siguió a la bestia.

Extendió su muleta el espada, y la bestia acometió con sonoro bufido, pasando bajo el trapo rojo. «¡Olé!», rugió la muchedumbre, familiarizada ya con su antiguo ídolo y dispuesta a encontrar admirable todo cuanto hiciese. Siguió dando pases al toro, entre las aclamaciones de la gente que estaba a pocos pasos de él y viéndole de cerca le daba consejos. ¡Cuidado, Gallardo! El toro estaba muy entero.

Quedose contemplando, sin saber por qué, la testa del toro, y el recuerdo más penoso de su vida profesional acudió a su memoria. Era una satisfacción de vencedor tener en su despacho, visible a todas horas, la cabeza de aquella mala bestia. ¡Lo que le había hecho sudar en la plaza de Zaragoza! Gallardo creía a aquel toro con tanto saber como una persona.

¡Qué bestia eres! ¡Qué idiota! exclamó con voz tan furiosa que un silencio de muerte reinó en seguida en las habitaciones próximas . ¿Lo crees, pues? ¿Lo creías hace mucho tiempo? ¿Es posible? Después de doce años que vivimos juntos... ¡Doce años! Y es mi mujer, la compañera de mi vida, a quien se lo doy todo... mis pensamientos, mi dinero... Luego volvió la espalda y empezó a llorar.

17 porque Dios ha puesto en sus corazones ejecutar lo que a él place, que hagan una voluntad y que den su reino a la bestia, hasta que sean cumplidas las palabras de Dios. 18 Y la mujer que has visto, es la gran ciudad que tiene reino sobre los reyes de la tierra. 1 Y después de estas cosas vi otro ángel descender del cielo teniendo grande potencia, y la tierra fue alumbrada de su gloria;

De relieve está allí la ciudad modelo de La Plata, que apareció de pronto en el llano silvestre, con ferrocarriles, y puerto, y cuarenta mil habitantes, y escuelas como palacios Y cuanto dan la oveja y el buey se ve allí, y todo lo que el hombre atrevido puede hacer de la bestia: mil cueros, mil lanas, mil tejidos, mil industrias: la carne fresca en la sala de enfriar: crines, cuernos, capullos, plumas, paños.

Según el viajero inglés Young, al estallar la Gran Revolución, el siervo estaba en la condición de bestia de labranza, trabajando de sol a sol para los ociosos, y alimentándose de raíces en los malos tiempos.