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En la salida misma de las nieves, el torrente, cuya agua lechosa parece hielo apenas derretido, rodea con sus brazos un florido islote, encantador ramillete de tallos que se estremecen sin cesar. Más lejos, el cauce nevado que la sombra de una roca defendió de los rayos solares, está esmaltado completamente de flores: la benigna temperatura que despiden ha derretido la nieve á su alrededor.

« le tienes que lavar manifestó Benigna, sin cejar en su cólera , , . ¡Cómo me ha puesto las cortinas!». Bueno, mujer, le lavaré. No te apures. Y vestirle de limpio. Yo no puedo. Bastante tengo con los míos... Y nada más. Vaya, no alborotes tanto, que todo ello es poca cosa.

Otrosí: relajamos la persona de dicho Don Juan Ponce de León á la Justicia y Brazo seglar, y especialmente al muy magnífico señor Licenciado Lope de León, Asistente por S. M. en esta ciudad y á sus lugares tenientes en el dicho oficio, á los cuales muy afectuosamente rogamos que se hagan benigna y piadosamente con el dicho don Juan, y porque el delito de la heregía es tan gravísimo que no se puede buenamente punir ni castigar en las personas que lo cometen, y las penas se extienden á sus descendientes: por ende declaramos sus hijos y nietos de dicho don Juan Ponce por línea masculina sean inhábiles para poder tener cualquier oficio público, ó de honra, ó beneficios eclesiásticos, y que no pueden usar de las otras cosas prohibidas á los hijos y nietos de los semejantes condenados así por dicho común, Leyes y Pragmáticas de estos Reinos como por institución del Santo Oficio, las cuales habemos aquí por expresadas: y por esta nuestra sentencia juzgando así lo pronunciamos y mandamos en estos escritos y por ellos.

Los otros niños se le llevaron para jugar, no sin que antes le hiciera Jacinta muchas carantoñas, por lo cual dijo Benigna que no debía darle tan fuerte. «Cállate ... Digo que no le abandono. Me le llevaré a casa». ¿Estás loca? insinuó el Delfín con severidad. No, que estoy bien cuerda.

«Hola, barbián dijo Santa Cruz sentándose y cogiendo al chico por ambas manos . Pues es guapo de veras. Lástima que no sea nuestro... No te apures, mujer, ya vendrá el verdadero Pituso, el legítimo, de los propios cosecheros o de la propia tía Javiera». Benigna y Ramón miraban a Jacinta.

Benigna y su marido manifestaron con enérgicos signos de cabeza que aquello del romanticismo estaba muy bien dicho. «Pero si yo también le quiero proteger afirmó Juan apreciando los sentimientos de su mujer y disculpando su exageración . Ha sido una suerte para él haber caído en nuestras manos librándose de las de Izquierdo. Pero no disloquemos las ideas.

La primera manifestación que hizo de sus ideas acerca de la libertad humana y de la propiedad colectiva consistió en meter mano a las velas de colores. Una de las niñas llevó tan a mal aquella falta de respeto, y dio unos chillidos tan fuertes que por poco se arma allí la de San Quintín. «¡Ay Dios mío! exclamó Benigna . Vamos a tener un disgusto con este salvajito...».

Cuando después, y bajo la influencia de más benigna temperatura de inviernos menos pródigos en nieve se funda el ventisquero en toda su parte inferior dejando vacíos la oquedad de roca que le servía de cauce, el hacinamiento de peñascos, libre de la presión que le empujaba hacia adelante, quedará aislado á cierta distancia del ventisquero; detrás de él se verá la piedra desnuda, lisa, cepillada por el enorme peso que recientemente la cubría y sembrada en algunos sitios del barro rojizo producido por los guijarros y el casquijo que se estrellaron en ella.

Antes se dejarían cortar el dedo meñique, que arrancar la gorra o el sombrero; nada les importaba volver a casa de noche sin una pierna del calzón o sin un brazo de la chaqueta; pero tornar con la cabeza descubierta sería para ellos el más grave disgusto. Vivía el barrio entero en la calle, por poco que el tiempo estuviese apacible y la temperatura benigna.

«Vamos a ver prosiguió el otro constituyéndose en tribunal . Vengan ustedes aquí y digan imparcialmente, con toda rectitud y libertad de juicio, si este chico se parece a ». Silencio. Lo rompió Benigna para decir: «Verdaderamente... yo... nunca encontré tal parecido». ¿Y ? preguntó Juan a Ramón. Yo... pues digo lo mismo que Benigna. Jacinta no sabía disimular su turbación.