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Rostro de virgen... instruída, inteligente, modesta... no digo ella; su misma institutriz es una persona ejemplar... una verdadera perfección... Créeme, dedícate a estudiarla... ¡obsérvala, hijo mío! Se lo prometo a usted, tía. Bueno, ahora vete, tengo que escribir... mira, dile a Beatriz que venga.

La causa de todos estos males era doña Beatriz. Por culpa de doña Beatriz creía Elisa que se había enamorado del Conde; por culpa de doña Beatriz creía que el Conde la desdeñaba. La cólera se apoderó de su alma; la cólera arrojó de allí todo sentimiento generoso, todo escrúpulo, toda consideración que se opusiera a la venganza.

Acordose entonces que no había podido entregarle dinero alguno, pues todo lo que restaba en su bolsa lo había invertido en el joyel de diamantes para Beatriz. ¿Cumplirían los perros genoveses la promesa de traerle los ciento cincuenta ducados?

En acabando persignose con la empuñadura, y haciendo correr a lo largo del acero indefinible mirada, envainolo otra vez en silencio. Todo quedó convenido. Ordenó a Medrano que fuese a rondar la casa de Beatriz. Quería saber lo que pasaba, instante por instante, por si era verdad lo del billete. El por su parte iría a esperar junto a la Puerta de San Vicente, y Pablillos haría de correo.

Alguna extrañeza causó a doña Beatriz el repentino viaje de don Braulio; pero éste afirmó con serenidad que no era negocio que debiese inspirar cuidado, y así desvaneció todo recelo, tanto de la mente de su mujer, cuanto de la mente de Inesita, la cual se mostró también algo maravillada al principio. Don Braulio mismo preparó su maleta auxiliado por su mujer.

Jacques prorrumpió en una exclamación de alegría, corriendo hacia Pedro, a quien la cordial acogida del pintor certificó en seguida de la discreción de Beatriz.

Entretanto sus ojos acechaban la casa vecina. ¡Cuán intensa fascinación cobraron entonces para él, en la frescura matinal y entre el canto de los pájaros, aquellas entornadas celosías que le hacían pensar en el sueño de su amada! Cierta tarde, entre un claro del ramaje, vio pasar a Beatriz, que no quitaba los ojos del seto. El mancebo se mostró.

Afirma que fué antes Priamo, César, Tamerlán, Alejandro y no cuántos más; con estas ideas ha trastornado el seso á Doña Beatriz, habiéndole dicho que en su cuerpo habita el alma de Elena, dándole ella crédito sólo por ser él quien lo dice.

Beatriz fue de idéntica opinión, y en cuanto al casamiento del marqués, acogió esta noticia con bastante indiferencia.

Como el Conde no había de desafiar y matar a todo Madrid, particularmente a las mujeres, la historia de sus amores con doña Beatriz, imaginada o real, pero bordada y comentada por todos estilos, circuló por tertulias, cafés, casinos y teatros.