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El buen Sancho se refociló tres días a costa de los novios, de los cuales se supo que no fue traza comunicada con la hermosa Quiteria el herirse fingidamente, sino industria de Basilio, esperando della el mesmo suceso que se había visto; bien es verdad que confesó que había dado parte de su pensamiento a algunos de sus amigos, para que al tiempo necesario favoreciesen su intención y abonasen su engaño.

Y como Plácido manifestára cierta estrañeza, añadió: ¡Te lo puedo jurar! No tienen más remedio, porque con un espediente gubernativo se deshace del padre, ¡marido ó hermano y santas pascuas! Sin embargo nos hemos encontrado con una tonta, novia creo yo de Basilio, ¿sabes? ¡Mira que tonto es ese Basilio! Tener una novia que no sabe una palabra de español, ¡ni tiene dinero y que ha sido criada!

Una vez en la calle, Basilio pensó en qué podía ocuparse hasta que llegase la fatal hora; no eran más que las siete. Era la época de las vacaciones y todos los estudiantes estaban en sus pueblos. Isagani era el único que no quiso retirarse, pero había desaparecido desde aquella mañana y no se sabía su paradero.

En efecto, el de más edad, el que va vestido todo de negro era el estudiante de Medicina Basilio, conocido por sus buenas curas y maravillosos tratamientos. El otro, el más grande y más robusto con ser mucho más joven, era Isagani, uno de los poetas ó cuando menos versistas que salieron aquel año del Ateneo, caracter original, de ordinario poco comunicativo, y bastante taciturno.

Decididamente quería deslumbrarle y hacerle pagar caro lo de Proteo y Prometeo; porque D. Basilio no acostumbraba a hacer alardes de erudición, y a la cabecera de los enfermos más parecía un moralista del género de los elegantes y atildados, que un doctor de borla amarilla.

Pero en esta deserción, ya no le acompañaron ni D. Basilio Andrés de la Caña, ni Montes; éste porque San Joaquín estaba donde Cristo dio las tres voces, aquél porque ya se iba cargando de la pertinencia con que Rubín se burlaba de sus profecías sobre la proximidad de la Restauración.

Después de expresar con un gran suspiro la lástima que tenía de este pobre país, seguía tomando su café con indolencia, pero con apetito, porque para D. Basilio era verdadero alimento, y lo tomaba colmado, en vaso, y dejando rebosar todo lo posible en el plato para trasegarlo después frío al vaso.

Bonis, que había procurado quedarse con su mujer mientras los demás, despedido D. Basilio, corrían al comedor, donde les aguardaba el refresco, tuvo que dejarla sola porque le echó de su presencia a cajas destempladas. Desapareció Reyes, y los convidados quedaron por dueños de la casa, pues D. Juan Nepomuceno había salido también cuando el médico.

Hubo un momento de silencio: Simoun contemplaba su aparato y Basilio apenas respiraba. De manera que mi concurso es inútil, observó el joven. No, usted tiene otra mision que cumplir, contestó Simoun pensativo; á las nueve la máquina habrá estallado y la detonacion se habrá oido en las comarcas próximas, en los montes, en las cavernas.

- doy -respondió Basilio-, no turbado ni confuso, sino con el claro entendimiento que el cielo quiso darme; y así, me doy y me entrego por tu esposo. -Y yo por tu esposa -respondió Quiteria-, ahora vivas largos años, ahora te lleven de mis brazos a la sepultura.