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Todos los polvoristas de Madrid se habían instalado en este barrio, que parecía la calle principal de un lugarón, con sus rústicos paradores y las casas sucias del polvo de los carros. Maltrana, siguiendo cuesta arriba, llegó al final de la doble fila de casas.

Luego, media hora para almorzar, un cuarto de hora de descanso. Apenas me quedaba tiempo para rascarme. Aquella portentosa obra le caligrafía me puso de muy mal humor, sobre todo porque advertí que debía pasar la mayor parte del día en las oficinas de la fábrica, situada en las afueras de la ciudad, hacia el barrio de San Bernardo.

Al día siguiente, las madres de los novios hacían platos con los dulces esparcidos en la cama y los enviaban a las solteras del barrio con una flor de la corona.

Zamacois, Roberto Castrovido, escriben sus admirables novelas y sus artículos maravillosos sobre una mesa de mármol, con un tinterillo menguado, entre el bullicio, envueltos en el humo de las salas de un cafetín de barrio. Es éste un milagro de aislamiento entre la muchedumbre, para el que es preciso una gran fuerza mental. Valle-Inclán escribe en la cama, con lápiz.

Los grupos de gitanillas haraposas, en sus pasacalles por el barrio, acompañadas del repiqueteo de los palillos, deteníanse al pie de la ventana y cantaban a la que era por antonomasia «la señorita». Feli veía el grupo de cabecitas greñudas con ojos de brasa y tez de cobre, las bocas abiertas por el canto, mostrando sus paladares de un rosa obscuro y los agudos dientes de nítida limpidez.

Pero el mediano, cuando siente necesidad, no se para en nada, y hay que ver a las del barrio al salir de la Doctrina, hechas unas santitas, así que pierden de vista a las señoras... De la que menos, dicen que es una púa... A todo el mundo le gusta que le den algo.

La Mariposa hablaba de su nieto a todo el barrio, augurando que algún día le verían entre los mandones; el Mosco reconocía en Isidro un talento que se aproximaba al de sus grandes ídolos; el señor Manolo el Federal lamentábase, a sus espaldas, de que un muchacho de tanto mérito no se inscribiese en el censo del partido.

Oyome este amigo las reflexiones que anteceden, y vean ustedes a mi hombre descontento ya con cuanto le rodea; ya que no lo puede mudar todo, quiere cuando menos mudar de casa, y hétele buscando conmigo papeles en los balcones de barrio en barrio, porque ésta es muy de antiguo la señal que distingue las habitaciones alquilables de esta capital, sin que yo haya podido dar hasta ahora con el origen de esta conocida costumbre, ni menos con la de poner los papeles en las esquinas de los balcones cuando la casa es sólo alquilable para huéspedes.

En sus ojos volvió a brillar de repente la alegría y la serenidad. «Pierda usted cuidado, mi amo respondió con voz clara y gozosa ; antes que le tocasen a usted el pelo de la ropa ya había yo despachado tres o cuatro al otro barrioMe acosté en la íntima persuasión de que decía verdad.

Ella, además, conocía a sus parroquianos, los clasificaba según su estado de salud, llevaba de memoria la lista de las casas sanas y la de aquellas otras donde había señores amarillentos, siempre encorvados por la tos o que mostraban enfermedades repugnantes. Yo tengo unas manos de oro para el guisoteo; ¿te enteras, pequeño? Caliento la comida buena y hago unos ranchos que tien fama en el barrio.