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Desde donde estábamos, a veces, se oían las conversaciones de la gente en el Rompeolas; a veces, en cambio, no llegaban hasta nosotros los gritos del atalayero con su bocina. Los marineros iban perdiendo tono; cuanto más tiempo tardáramos en intentar atravesar la barra, nuestra probabilidad de pasar era menor.

Vio en aquel entrecejo la línea corta y sin curvas, la barra de acero trujillesca, y la pobre niña sintió miedo, ¡ay qué miedo! Bien conoció que su madre se había de poner como una leona, si ella se salía con la inocentada de querer más o menos.

Aquellas palabras que significaban ¡paz! ¡paz! sonaban mal en boca de aquellos salvajes, que parecían dispuestos a caer sobre la chalupa con las armas en la mano. En vez de detenerse, el Capitán, Cornelio, Horn y el chino habían empuñado los remos y los manejaban furiosamente. Hans estaba en la barra del timón.

Si yo hubiese dirigido el asunto, habria mandado al oficial que regresó de Borbon poco , se detuviese en la costa oriental del rio Paraguay, como un cuarto de legua al sud de la barra del rio Corrientes, y que con su gente hiciese un rancho pajizo de ocho varas, rodeado de estacada.

Seguí el Arroyo del Baradero, y habiendo llegado á su barra no tuve agua para pasar, por lo que fondo y allí pasé la noche.

Cuando Zaldumbide se encontraba alegre y con ganas de pasar el rato, pegaba él mismo; cuando estaba displicente, pegaba Demóstenes el negro, un marinero que con frecuencia hacía de verdugo. Para los delitos de robo, Zaldumbide empleaba el cepo y la barra. En el fondo, el capitán era más egoísta y avaro que cruel. Su única preocupación era reunir dinero. Debía de ganar mucho.

Estos aprendices de dañador traían la barra pendiente del hombro por medio de una cuerda, como si fuese un fusil, y se pavoneaban entre los grupos con cierto orgullo, satisfechos de participar de los peligros y aventuras de los hombres. Cada cuadrilla llegaba con un grupo de perros.

Algunas cuadrillas llevaban como refuerzo un muchacho cargado con la aguja, pesada barra de hierro puntiaguda por un lado y rematada por el opuesto con una anilla.

Los seis hombres que estaban sobre su pecho tiraron de la cuerda con un esfuerzo regular y prudente para evitar que él despertase. Sintió que lo que subían no era un ser animado, sino algo largo y de una rigidez metálica. La barra de acero que desean clavarme en el corazón pensó el gigante. No se equivocaba.

Ve un enorme paraguas, del que se sirven los criados cuando van en el pescante; apodérase de él: ya está pronta... mas cuando quiere salir nota que la puerta del vestíbulo se halla cerrada por una gran barra de hierro. Procura levantarla, pero la barra está fuerte, resiste, y el gran reloj del vestíbulo deja oír en aquel momento cinco golpes. ¡El sale en ese instante!