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En efecto dijo el barbero confundido , en efecto; tiene usted la barba tan lisa como una manzana; una mujer no la tendría más suave. ¡Una mujer! repitieron Pablo y la señora Isabel.

Circularon rumores de que los dedos de la reina Juana habían jugado algunas veces con aquella rubia barba, y efectivamente el señor de Védène tenía el glorioso aspecto y el mirar abstraído de los galanes amados por reinas... Aquel día, para honrar a su nación, había sustituido su vestido napolitano por un capisayo bordado de rosas, a la provenzala, y sobre su capillo temblaba una gran pluma de ibis de Camargue.

El pobre vulgo no sabía lo que le había sucedido: pasó esto, y hice mi entremés de bobo, dije la coleta del huevo, y llegóse el punto de matar al triste Abel, y olvídaseme el cuchillo para degollarle, y quítome la barba y degüéllole con ella. Levántase la chusma, y empieza á darnos grita; supliquéles perdonaran nuestras faltas porque aún no había llegado la compañía.

En el mismo instante, algo blando y tibio chocó en una de sus mejillas escurriéndose por los hilos de su barba. ¡Su Luis, su hermano, le había escupido en el rostro!

Y no debía de ser feo, ni mucho menos, en aquella época. Aún ahora con su elevada estatura, la barba gris rizosa y bien cortada, los ojos animados y brillantes y el cutis sin arrugas, sería aceptado por muchas mujeres con preferencia a otros galanes sietemesinos. Tenía, lo mismo que yo, la manía de cantar o canturriar al tiempo de lavarse.

Doña Clara decía: ¡Este que se puede decir cabello de oro! ¡Estos que son ojos de esmeraldas! La señora su vecina la desmenuzaba toda, y hacía pepitoria de todos sus miembros y coyunturas. Y llegando a alabar un pequeño hoyo que Preciosa tenía en la barba, dijo: ¡Ay, qué hoyo! En este hoyo han de tropezar cuantos ojos le miraren.

¡El que toque al perro, toca á su dueño! respondió el hombre con una expresión tan amenazadora, que Bobart se estuvo quieto. Al hablar así se había levantado y Herminia no encontró ni un solo rasgo de su marido bajo los cabellos grises y enmarañados y la ruda barba de aquél hombre. Y, sin embargo, era él. ¡Esto es una infamia! exclamó la señorita Guichard; ¡mi perro muerto! Era verdad.

Cristela paró la rueca, suspiró, y repuso, con más tristeza que amargura: ¿Para qué te sirve entonces tu sabiduría, Bob? ¡Linda cosa es ser sabio! Bob se sonrió, tirose de la larga barba blanca, como acostumbraba, y dijo: Ser sabio... es tener el derecho de equivocarse.

No quiso vestirse por entonces, hasta que estuviesen junto de donde don Quijote estaba; y así, dobló sus vestidos, y el cura acomodó su barba, y siguieron su camino, guiándolos Sancho Panza; el cual les fue contando lo que les aconteció con el loco que hallaron en la sierra, encubriendo, empero, el hallazgo de la maleta y de cuanto en ella venía; que, maguer que tonto, era un poco codicioso el mancebo.

Llevaba el primero un traje de elegante corte, aunque de obscuro color y sin los adornos y preseas que distinguían á los señores de la escolta real. Largos y muy rubios el cabello y la barba, contrastaban con la negra cabellera de la hermosísima joven que iba á su lado. Era alta y esbelta, de moreno y agraciado rostro.