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Luz oía todas estas cosas con gran atención, y no negaba que el novio de su amiga fuera muy guapo, con su barba rubia y su pelo recortado; pero a ella le gustaban más los hombres de pelo negro y abundante y con bigote solo, y no largo ni muy espeso.

Por sus facciones, facciones duras, más bien siniestras, y su barba canosa y enmarañada que conocía por haberla visto una vez en Inglaterra, comprendí que ese era el hombre con quien Burton Blair debía haber celebrado la entrevista secreta; pero, contrario a lo que yo esperaba, me hallé que vestía el tosco hábito carmesí y el grueso cordón del monje capuchino, presentando una figura triste y silenciosa en su actitud de pie y con los brazos cruzados, mientras el sacerdote, en su espléndida vestidura, murmuraba las oraciones.

Y D. Bernardo contempló con expresión de lástima a su sobrino, que apenas podía posar, estirándose mucho, la barba sobre la mesa, y meditó breves momentos: después continuó paseando.

Era alto, flaco de brazos y piernas y muy desarrollado de abdomen; de color trigueño, poca barba, que se afeitaba una vez á la semana, y los ojos verde-claros y un poquito bizcos. Tenía ya bastantes arrugas en la cara, y el vivo carmín de sus narices no armonizaba bien con la palidez de los carrillos.

Entrándose en la ciudad los dos a buen paso y guiando el Cojuelo, la barba sobre el hombro , fueron hilvanando calles, y, llegando a una plazuela, reparó don Cleofás en un edificio sumptuoso de unas casas que tenían una portada ostentosa de alabastro y unos corredores dilatados de la misma piedra.

Me miró, con sus ojos llenos de aflicción, adivinando la compasión que había despertado en ; luego volvió su mirada hacia el capuchino, hacia ese hombre de cara dura y barba canosa que poseía la clave del secreto de Burton Blair. Yo permanecía de pie detrás de la pesada columna, inclinado reverentemente, pero alerta.

Permaneció un momento silenciosa, con su delicada barba fina apoyada sobre la palma de su mano, contemplando pensativamente el fuego. Luego, por fin, me preguntó: ¿Y qué ha sabido respecto a este misterioso italiano en cuyas manos me ha dejado mi padre? ¿Lo ha conocido usted? No, no lo he visto, Mabel contesté.

Algunos viajeros, después de luengos años, relataron en sus escritos que cierto anciano de faz venerable y bellida y argentada barba, y otra persona de menos edad, huyendo de los dos visires, vivieron solos y apartadamente en una isla desierta. Muchos sospecharon que tales solitarios no pudieron ser sino Lokman y Caleb. DON EGAS EL ESCUDERO Y LA DUE

El coro general de damas comenzaba a emocionarse; pero acertó a reparar Gorito Sardona en la desteñida barba del diplomático, y apresuróse a comunicar el descubrimiento al oído de Carmen Tagle; echóse a reír ella, díjolo a su vecina, esta al que tenía al lado, y a poco, una porción de solapadas risitas hacían fracasar por completo la parte patética del espectáculo.

A mediados de octubre se pasa los dedos por la barba y murmura: «tenemos encima el invierno»; si otro huésped disiente, Pinho enmudece porque teme las controversias. Y este honesto cambio de ideas le basta. En la mesa, con tal que le sirvan una sopa suculenta en un plato hondo que pueda llenar dos veces, queda satisfecho y dispuesto a dar gracias a Dios.