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Antes de que ella hubiera asegurado la puntería, saludó graciosamente y gritó: «¡No puedo matar a la que he besado!» y sin que Antonieta o yo pudiéramos impedírselo, apoyó la mano sobre la barandilla del puente y saltó ligeramente al foso.

Gracián llegó al coro, y arrodillándose junto a la barandilla, oró en silencio, con las manos sobre los hierros y la frente en las coyunturas. ¿Se creía ya salvo y seguro? ¿Daba gracias o le pedía misericordia? ¿Le ofrecía su vida, aceptando gustoso su martirio, que ni buscaba ni rehuía para que fuese más meritorio? Imposible será sondear aquella alma en momentos de tanta turbación.

; ¡el horrible viejo me seguía! las escaleras son estrechas y empinadas; caí, di con la cabeza en la barandilla, y casi me he roto una mano; pero al fin estoy aquí; aquí, con usted que me defenderá. No la pregunté más. ¿Y para qué? Todo estaba explicado. Envié a Mauricio por un facultativo que se encargó de la curación de Amparo y de Mustafá.

Gabriel, asomado a la barandilla, vio cómo el cardenal salía al claustro bajo, recorriendo dos de sus galerías hasta llegar a la puerta del jardín. Un ligero ademán del prelado bastó para que se detuvieran los familiares, y él avanzó solo por la avenida central, dirigiéndose al cenador, donde Tomasa dormitaba entre los muros de hojas con la calceta en las manos.

Y, decidido a morir, se encaminó directamente a la calle de Provenza. Llamó a la puerta, que se abrió en seguida... y, preguntó temblando: ¿La señorita Judit?... Está en casa dijo tranquilamente el portero. Arturo lanzó un grito y se apoyó en la barandilla de la escalera para no caer.

Marta salió de la sala con la sonrisa en los labios y murmurando palabras de agradecimiento, pero así que estuvo sola las lágrimas brotaron de sus ojos y se vió obligada a apoyarse en la barandilla de la escalera, porque sus piernas vacilantes se negaban a sostenerla.

A partir del día en que el ingeniero francés mostró á la marquesa las obras realizadas en el río, haciendo alarde de su autoridad sobre los trabajadores, Pirovani se sintió humillado y deseoso de tomar el desquite. Una mañana, acodado en la barandilla exterior de su vivienda, creyó haber descubierto el medio de vencer á su rival.

También los hay en la realidad, que es una gran novela. Permaneció largo rato apoyada en la barandilla: sus labios se movían como si hablase. Por fin, transida de frío, se entró al cuarto y cerró el balcón. Entonces vio caído en el suelo un papel y recogiéndolo murmuró con desprecio: ¡Ah, , el dinero! Y quedó como ensimismada.

Hablaban de subir a la cubierta de los botes, cuando una voz los detuvo sonando a sus espaldas. «Nélida... Nélida...» Ahora era la madre la que salía a su encuentro para hacerla varias recomendaciones sin importancia. Y sin saber cómo, se vio Ojeda otra vez formando parte de la familia Kasper bajo las miradas protectoras de la mestiza. Se apoyaron en una barandilla frente al mar.

A continuación se elevaba el tercer cuerpo, dos grandes arcos que daban luz al rosetón de la nave central, coronado todo por una barandilla de calada piedra que seguía las sinuosidades de la fachada entre las dos masas salientes que la resguardan: la torre y la capilla Mozárabe. Gabriel cesó en su contemplación, viendo que no estaba solo ante el templo. Era casi de día.