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Ballester, que no comprende esto, ni lo comprenderá nunca, se enfadó conmigo y no me quería dar papel y tinta para escribir la fórmula y dejarla consignada... Temo que se me escape, que se me vaya de la cabeza... Mi memoria es una jaula abierta, y los pájaros... pif...

A eso de las diez salió Fortunata para llevar a Ballester el paquete de sustancias venenosas. «Ahí tiene usted la que nos preparaba su amigo le dijo con desabrimiento . ¡Vaya un cuidado que tiene usted! Vea lo que llevó a casa...». Ballester examinaba las terribles drogas... Después se puso muy serio: «Ese tonto de Padillita tiene la culpa. No cómo le permitió andar en esto.

A pesar de todo, no quería Ballester irse sin llevarle por delante, y tanto bregó con él, que hubo de conseguirlo. Salió, pues, el regente haciendo propósito de volver, pues su amiga le había puesto en cuidado. Platón se fue también al anochecer, pero a las nueve regresó encendiendo luz en la sala.

Fortunata sintió ruido en la puerta y esta voz: «¿Se puede?». «Pase usted, D. Segismundo» dijo reconociendo al regente de la botica. Y entró el tal con cara risueña y actitud oficiosa, como de persona que cree ser útil. Estaba la joven incorporada en su lecho, con chambra y pañuelo a la cabeza. «¡Qué reguapa está! pensaba Ballester al saludarla, apretándole mucho la mano . ¡Lástima de mujer!».

La credencial estaba allí, y no me la habían mandado por no saber mis señas... Lo repito, convido a todo Cristo... a lo que quieran... y convido a las de Torquemada, a Ballester... a doña Casta y sus simpáticas hijas...

Y concluyó por sonreír, y al cabo de un gran rato le dijo: «Amigo Ballester, le convido a usted a Variedades esta noche. ¿Quiere?». ¿Pues no he de querer? Bueno va. Pedradas de esas vengan todos los días, ilustre amigo mío. Iremos... en el bien entendido de que venga Padilla esta noche a quedarse de guardia. Vamos ahora, mi queridísimo colega, a hacer estas píldoras de protoioduro de mercurio.

Y yo también dijo Ballester, cayendo en la cuenta de que no debía contrariarle . La amaremos los dos como se ama a los ángeles. ¡Dichosos los que se consuelan así! ¡Dichosos mil veces, amigo mío! exclamó Rubín con entusiasmo , los que han llegado, como yo, a este grado de serenidad en el pensamiento. Usted está aún atado a las sinrazones de la vida; yo me liberté, y vivo en la pura idea.

Mientras estuvo allí el Padre Nones, Ballester se mantuvo en una actitud consternada, contemplando el lastimoso cuadro con el respeto que infunden los muertos, y encerrando su dolor en una compostura que tenía cierta corrección.

«Nada le dijo esta , que tiene usted que esperar también. ¿Tiene usted llave?». ¿Llave yo? La del campo indicó Ballester con mal humor, discurriendo que maldita la falta que hacía Maxi allí . Más vale que se vaya usted, amigo Rubín, y vuelva, porque esto va largo. Esperaré yo también contestó el otro sentándose debajo de Ballester.

Era un ángel murmuró Ballester, a quien, sin saber cómo, se le comunicaba algo de aquella exaltación. Era un ángel gritó Maxi dándose un fuerte puñetazo en la rodilla . ¡Y el miserable que me lo niegue o lo ponga en duda se verá conmigo...! ¡Y conmigo! repitió Segismundo, con igual calor . Lástima de mujer... ¡Si viviera! No, amigo, vivir no. La vida es una pesadilla... Más la quiero muerta...