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De vuelta, por fin, en nuestro hotel, quiso mi mujer acostarse y notó con harta estrañeza que los dos balcones de nuestra habitacion no tenian maderas, y que á una de las vidrieras faltaba el pestillo. Es decir, notó con extrañeza que dormir allí era dormir en medio de la calle, á pública subasta, como decimos por allá.

El primero que se soltó fué don Segis, que vivía en una casita de dos balcones, pegada al convento de las Agustinas. Después fué don Juan el Salado. Después el coadjutor. Por último, el señor Anselmo, sacando la enorme llave lustrosa que le servía de batuta cuando dirigía la orquesta, abrió el taller donde dormía. Quedó el alcalde solo con la fuerza de su mando.

Entrando por la puerta de la Saleta ábrense a la derecha dos balcones que dan a la plaza de la Armería, a la izquierda dos puertas que llevan a los aposentos interiores, y al frente una mampara que comunica con la cámara.

Una animación distraída circulaba por toda la plaza, y muchos prelados y dignatarios dejaban sus asientos para ir a tomar un refrigerio o una breve colación detrás de la gradería. En las ventanas y balcones las damas dejaban caer sus velos mostrando su famosa blancura y recibiendo refrescos y frutas confitadas de mano de los galanes.

Sólo unas cuantas personas con paraguas y algunas otras que, no teniéndolo, se amparaban de su filosofía permanecían a pie firme en medio del arroyo. Los balcones de la casa de Elorza se hallaban entreabiertos, y por la abertura salía una viva y regocijada claridad que tornaba aún más triste la noche oscura y húmeda del exterior.

Ya no se la verá nunca, como no sea algún Jueves Santo..... Las cortinillas de sus balcones no se alzarán en lo sucesivo. Irá á misa, es cierto; pero al amanecer, hora en que los héroes de Goethe no se han levantado todavía..... ¡Y nada más, nada más!

Maravillada me quedé al ver con mis propios ojos el incomparable panorama que papá me fue enseñando desde los balcones de esta casa al día siguiente de llegar, de noche y obscura como boca de lobo; de manera que todo cuanto iba viendo aquella madrugada, era nuevo para . ¡Qué mar! ¡qué montes! ¡qué vega! ¡qué puerto!

Sus hijos y su suegra, aunque sin gritar tanto como ella, vertían también abundantes lágrimas. Al oir este coro desgarrador, los tres marineros apretaron el paso, los vecinos de la calle salieron á sus balcones, y yo me decidí á seguir á mis conocidos hasta el desenlace de la escena, cuyo principio había presenciado.

Después comenzó la parte monótona de la procesión. Un desfile de más de cien imágenes con sus correspondientes cofradías y asilos; más de un millar de cabezas que pasaban por debajo de los balcones con la raya partida y el pelo aceitoso o rizado.

El salon en que estamos ocupa todo el cuerpo del edificio, de Norte á Sur. Tiene balcones á la calle y al patio del Palacio Real, un patio que es todo un lindísimo paseo, con árboles, glorietas y fuentes, y cuya extension excede acaso á la de la Plaza Mayor de Madrid.