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Eso no importa contestó la muchacha . Gracias a Dios, en mi familia ha habido también muchos ahorcados. Realmente, esta muchacha discurría muy bien. Mi madre y yo vivíamos en una casa solitaria, a un cuarto de hora del pueblo, al lado de la carretera. El sitio era alto, claro, abierto y despejado. La casa tenía balcones a tres fachadas.

El que hacía de José solía ser el más chusco de los campesinos, que aparentaba asustarse al ver muchachas bonitas en los balcones, y ya se tapaba los ojos para no verlas, ya huía haciendo contorsiones y dando chillidos.

Era una gran fábrica oscura de fachada churrigueresca, con balcones salientes de hierro. Tenía dos pisos, y sobre el balcón central del primero un enorme escudo labrado toscamente y defendido por dos jayanes en alto relieve tan toscos como sus cuarteles.

El padre Aliaga cerró el balcón, acercó un sillón á la chimenea, y dijo á aquel hombre: Sentáos, sentáos, señor Alonso, y recobráos; afortunadamente el visitante no ha sido molesto ni hablador; estos balcones dan al Norte y hubiérais pasado un mal rato. Es que no le he pasado bueno.

La doncella que á la mañana siguiente entró en el dormitorio de la condesa de Trevia hizo el menor ruido posible al entreabrir los balcones. Dirigió una mirada triste y compasiva al lecho de su señora y salió sobre la punta de los pies como había entrado.

Arriba, sobre los tejados, cubriendo la plaza como un toldo de apelillado raso que transparentaba infinitos puntos de luz, el cielo del verano con su misteriosa y opaca transparencia. En los obscuros balcones distinguíanse, entre los tiestos de flores y el botijo puesto al fresco, confusas siluetas ligeras de ropa.

Llegó al extremo de proponer en la Junta del Casino que no se celebrara en adelante ninguna fiesta de orden religioso colgando e iluminando los balcones. Ronzal se opuso, pero el Presidente se impuso y se votó aquella abstención. ¡Había triunfado al cabo don Pompeyo Guimarán!

Lo que no fuese temblar, colocar señales en los balcones, esconder a su amante y estar siempre a dos dedos de ser descubierta, lo hallaba monótono y fastidioso. ¡Cuántas veces, estando en el lecho a las altas horas de la noche, se estremecía al escuchar el rumor de un carruaje!

Los dos balcones del despacho daban al jardín y, a través de los listones de las persianas caídas, se veía una pequeña estufa con plantas de flores costosas, destinadas a morir en los búcaros de un gabinete o prendidas en el pecho de una mujer bonita.

Las casas, no tenían más que uno ó dos pisos sin balcones ni ventanas, ni más huecos á la calle, que algunas estrechas aspilleras y ventanillos, ó ajimeces, palabra, cuya significación no era entonces la misma que se le hoy pues llamamos ajimez al vano gemelo, cuyos arcos se apoyan en una columna central; y entonces, los antiguos nombraron así á los vanos de cualquier forma, ocultos por un cierro, formado en sus lados y frente por tupidas celosias de madera, con su tejaroz, apoyado en canes de bastante vuelo, que proyectaban grandes sombríos batientes en aquella especie de caja calada, tras de la cual podíase ver sin ser visto, como actualmente existen en muchas ciudades orientales.