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Deseaba bajar a la penúltima cubierta sin ser advertido. A estas horas podía llamar la atención verle en las profundidades del buque, a él, que tenía su camarote en el mismo piso del comedor. Las recomendaciones de Isidro le hicieron pensar con cierta inquietud en los jóvenes de la banda.

Haciendo un esfuerzo supremo llegué al lugar donde Ruperto había cambiado de rumbo, e imitándole, volví a verle, en compañía de una muchacha, a la que obligaba a bajar del caballo que montaba. Ella era sin duda la que había lanzado aquel grito. Parecía una campesina y llevaba una cesta pendiente del brazo. Probablemente se dirigía al mercado de Zenda. El caballo era fuerte y de buena estampa.

Al bajar Pepita al comedor, enfurruñada y triste por su esfuerzo epistolar, no pudo contener la admiración, viendo á su madre. ¡Pero, mamá! ¡Qué guapa estás! ¡Qué elegante te has puesto!...

Maltrana, invisible hasta entonces, apareció por breves momentos al lado de Ojeda. Vamos a tener tormenta dijo frotándose las manos con una expresión de contento . Esto no podía continuar; tanta calma era para aburrir a cualquiera. Un viaje sin borrasca es deshonroso. Luego, al bajar a tierra, no habríamos tenido nada que decir.

Esperaba verla aparecer de un momento a otro en la ventana inmediata, lo mismo que en las tardes anteriores. Se habían separado con enojo al llegar al buque; pero estos enfados eran siempre en ella de corta duración, y horas después se aproximaba, anunciando con maliciosos guiños su propósito de bajar al camarote... Pero hoy transcurría el tiempo sin que Nélida apareciese.

Arrancaba de allí un senderito abierto en la misma roca, que entre picos y grandes peñascos llegaba hasta la playa baja que azotaban las olas, y por allí comenzaron a bajar los niños, silenciosos ambos, sorprendido y azorado Alfonso, pálido el otro y torva la mirada, arrastrados los dos, sin saberlo, por la desventura más digna de lástima que existe en la tierra: la que acarrean al inocente los delitos del culpado.

El juez acababa de bajar el vidrio de la ventanilla, sacó fuera la cabeza, y comenzó una serie de preguntas que, a ser contestadas satisfactoriamente, hubieran dilucidado, sin duda alguna, todo aquel misterio. A todo esto replicó el auriga que si no saltábamos del coche para ayudarle en llamar a Magdalena quizá tendríamos que permanecer toda la noche en él.

Miró a Lucía, y viéndola descolorida y los ojos hinchados, le dijo bondadosamente: Retírese un poco, hija, a descansar... está usted del color de la muerta. No ordena Dios tratarse así. Lo que haré, Padre respondió Lucía , será bajar un rato al jardín a tomar el fresco.... Juanilla se quedará aquí.... Me arde la cabeza, necesito aire.

Mi padre... Estaba aquí hace un instante... En cuanto te vió bajar sano del coche, ha montado en la berlina que estaba enganchada ahí abajo, y se ha ido a Sarrió. Gonzalo adivinó lo que iba a hacer y se puso más sombrío. Los dos cuñados se dirigieron silenciosos a la casa, y fueron derechos al cuarto de Gonzalo.

La luz de aquella tarde triste de febrero desaparecía con rapidez, y al darnos vuelta lentamente para bajar e informar al gerente del establecimiento del fin desgraciado que había tenido un pasajero, noté que en un rincón estaba la maleta del muerto, y las llaves colocadas en sus cerraduras.