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La carrera debía ser largada por Lorenzo, teniendo por juez de raya al comisario Maidagan, pero aquél no sospechó la laboriosa operación en que se había comprometido, pues cada vez que calculó poder bajar la señal de la partida debió desistir, porque el «overo» hacía punta, o el «ruano» se quedaba atrás, o el «rosillo» se anticipaba, o el «malacara» se volvía, o el «gateao» permanecía firme en la raya.

Y el paseo continuó sin nuevas interrupciones. Estaba la tarde serena. El sol molestaba todavía bastante, por lo cual, después de bajar al pueblo, eligieron el camino sombrío que conducía a la montaña por una cañada paralela a la del Molino. Marchaban pareados, a no ser cuando el camino era demasiado estrecho, que iban uno en pos de otro.

Esta falta de respeto le sugirió la feliz idea de hacer bajar del cielo la Sura ó capítulo LXII de su Koran, titulada el viernes, y cuya aleya undécima dice así: «Cuando el interés los estimula, corren los hombres al punto adonde su voz suena, y abandonan al ministro del Señor. Diles pues: los tesoros con que Dios os brinda son mas preciosos que todo bien perecedero.

Se trataba de 67 francos que me hacian falta, se trataba además de que era extranjero, de que era español; casi todas las cuestiones son para nosotros en Francia cuestiones de decoro, y me di á bajar la escalera con el fin de hacer saber á la señora lo que ocurria.

Figurábase que al través de la madera, cual si esta fuera un cristal, veía el párpado tembloroso de Ido y su cara de pavo, que ya le era odiosa como la de un animal dañino. «No, no abro... pensó . Es una serpiente... ¡Qué hombre! Se finge el loco para que le tengan lástima y le den dinero». Cuando le oyó bajar las escaleras volvió a sentir deseos de más explicaciones.

Pero, a todo esto, no veía a la hija, y salí a informarme de lo que había sido de ella. ¿Pregunta usted por la señorita Elena?... No si podrá bajar. ¡Ha llorado tanto, la pobre!... Casi tiene fiebre. ¡Pobre joven! ¿Quería mucho a su tía? Ya ve usted... No tenía a nadie más que a ella para querer... puesto que a su padre no lo conoce y su madre y su abuela han muerto.

Mozo, no subo aun cuando estemos, le respondí en francés. En esto apareció un caballero ... digo mal, no apareció; nosotros llegamos á divisarlo por entre las barandas doradas del otro piso, es decir, del piso quinto. Aquel caballero, amo del hotel Español, tuvo la bondad de bajar adonde nosotros estábamos.

¡A la cárcel,...ajo, a la cárcel! rugió don Roque. Y vosotras lo mismo. Todo el mundo abajo. ¿Dónde está ese maricón de Patina? ¡Santo cielo, qué alboroto se armó allí en un momento! Las niñas de la ventana no tuvieron más remedio que bajar, y Patina lo mismo, todos en camisa, porque don Roque no admitió término dilatorio.

La luz comenzaba a indicar las sombras de los viñedos y de los olivares. El viento fresco anunciaba la proximidad del día. Bueno, baja dijo Martín . Yo sujetaré la cuerda. No, baja replicó Bautista. Vamos, no seas imbécil. ¿Quién vive? gritó una voz en aquel mismo momento. Ninguno de los dos contestó. Bautista comenzó a bajar despacio. Martín se tendió en la muralla.

No supo cómo salió de allí. Lo único que pudo recordar fue que el instinto de precaución le dominaba aún, y que al bajar la escalera lo hizo de puntillas, evitando roces, como si fuera un delincuente y temiera ser descubierto. Cuando se vio en la calle sintió un calor insufrible. Ya sabía quién le apretaba con tanta crueldad la garganta.