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Sólo al caer tras el cura el pesado cortinón que cubría la puerta de la lujosa sala, se sobrepuso la dama a la sorpresa que le causó tamaño arranque de honrado fanatismo. ¡Bah! Es un puritano inútil. Otro lo hará...

¡Bah! son cosas de jóvenes; yo he sido así respondía a los reproches agridulces de su hermana con más pesar que arrepentimiento. Gracias a sus larguezas, el joven, agregado a la embajada de Londres, pudo hacer anchamente la gran vida inglesa, hasta el punto de que su salud se resintió y tuvo que pedir una licencia prolongada.

¿Si soy feliz, señor cura? Ya lo creo. Pero hablando francamente, veamos, el ser desgraciado ¿acaso es natural? Algunas veces respondió sonriendo el cura. ¡Oh, bah! los que son desdichados, lo son por su culpa muchas veces, porque entienden la vida al revés. La desgracia no existe; lo que existe es la tontera humana. Pues he ahí una desgracia.

¡Bah! si yo he aceptado vuestros regalos, no ha sido porque me hagan falta, sino porque mi vanidad se halaga con los sacrificios que vuestra vanidad hace por . ¡Sacrificios! ¿creéis que me he visto obligado á hacer sacrificios para complaceros? . Os equivocáis.

¿Qué cosa puede haber que os disculpe de haberme venido á buscar de una manera tan pública? dijo severamente Montiño. ¡Bah! señor Francisco: nadie tiene nada que decir de contestó sonriendo de una manera sesgada Cornejo ; si en mis tiempos fuí un tanto casquivano, y no supe guardar el bulto, ahora todo el mundo me conoce por hombre de bien y buen cristiano.

¡Bah! objetó Juanito con juvenil confianza . No es eso fácil; en la Bolsa sólo se arruinan los tontos, y mi principal tiene buen guía. Don Ramón... ¿sabe usted? don Ramón Morte, el hombre mimado de la fortuna, el gran filántropo. No seas tonto, muchacho. ¿Crees que tu tío es listo? Pues pregúntale qué piensa del tal don Ramón.

Pero la joven sonreía tan dulcemente y besaba a Hullin con tanto afecto, que el hombre volvía a su trabajo diciendo: ¡Bah! ¿Qué necesidad tengo de reprender?

Las guiaba el cariño por sus hombres, que a veces las trataban con una rudeza que tal vez explique el afecto que inspiraban a esas pobres criaturas. Más de una ha de dormir hoy el sueño eterno en el poblado cementerio de la compañía del canal; pero ¡bah!, entre morir a los veinticinco años en el delirio de la fiebre, o sobre un colchón de hospital a los cuarenta, ¿qué es preferible?...

Pues ved ahí, que mi señora es quien os ruega que vayáis á su aposento. Pues tirad adelante, don rodrigón, consuelo de contrahechos. ¡Bah! tengamos la fiesta en paz, tío, que no sois vos ciertamente quien puede hablar de corcovas; y vamos adelante, que mi señora espera. Pues adelantemos.

Sea usted buena y franca... No sabe usted nada que se pueda reprochar a Luciana, ¿verdad? Reprochar... reprochar... Siempre se puede reprochar algo... hasta el ser demasiado perfecto... Eso no es responder... Voy a ser más preciso: lo que se podría reprochar a una joven seria... ¡Bah! Es usted fastidioso exclamó con un gesto de molestia.