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, tiene usted cien veces razón decía ella yo necesito una palabra de amistad y de consejo muchos días que siento ese desabrimiento que me arranca todas las ideas buenas y sólo me deja la tristeza y la desesperación.... Oh, no, eso no, Anita; ¡la desesperación! ¡qué palabra! Ayer tarde, no puede usted figurarse cómo estaba yo. Muy aburrida, ¿verdad? ¿Las campanas?...

Mi hija no se casará con un hombre que así juega con los santos principios, con un hombre que ayer fue exaltado liberal y hoy absolutista de trabuco y sobrepelliz. Ella misma apartará de él su espíritu y su corazón, y entonces.... El semblante del de Boteros se animó.

Ayer, domingo, fui a almorzar a la «Villa Sol» y a ponerme a la disposición de Elena para la visita proyectada a la Briffarde. Lautrec almorzó también en casa de Lacante y se ofreció a acompañarnos al campo Quemado. Luciana, fiel a su promesa, llegó en el momento en que íbamos a ponernos en marcha.

El delegado preguntó inmediatamente: ¿Pero ha venido usted ayer de Madrid con un chico? , señor. Pues usted es la mujer del niño. ¡Yo, señor! exclamó la infeliz asustada. ¡No lo crea usted! ¡No lo crea por Dios, señor! ; usted es la mujer del niño... del niño de D. Ricardo... Vamos a ver a ese D. Ricardo ahora mismo. Y volviéndose a Mario añadió: Me parece, Sr.

Pablito, inclinado, sumiso, la vertía al oído frases ardientes e ingeniosas como éstas: Ayer cuando venía de Tejada, la he visto a usted con su papá, tan guapetona como siempre. ¡Qué guasón! También yo le vi. Venía usted en coche abierto. Guía usted muy bien. Es favor, Carmencita. Guiar ahora esos caballos no tiene nada de particular, lo hace cualquiera. ¡Si los viera usted cuando los compré!

El sábado creí observar en su cara algunos cardenales, y traía una mano liada. Ayer, señor doctor, vino con pañuelo a la cabeza, con bata de percal, zapatillas, la voz muy ronca, y lo más salado de todo fue... que me pidió dos reales... Debe de andar mal. Como siempre..., ¡qué carácter y qué vida!».

Están jugando a las cedulitas pensó misia Casilda, ahora caigo: si ayer me invitó ella, diciéndome que pasaría un buen rato. ¡Ay! muy bueno, muy bueno, lo estoy pasando. No, ahora no puedo entrar; volveré a la calle de Santa Fe. Anda, anda, anda.

¡Claro!... murmuró Fortunata sin enterarse del verdadero sentido de las palabras. Yo no tenía el gusto de conocer a usted... Le confieso que me quedé pasmada cuando mi amiguita me dijo ayer quién era usted.

Acerca, de ese regocijo y de esa pompa, algo se pudiera decir. ¡Qué calamidad la del pueblo francés! Adorar hoy para quemar mañana; quemar ayer para adorar hoy. Pero estamos en la capilla de San Gerónimo, en lo que fué tumba de un cautivo, un cautivo que ese pueblo adora, y ante la sagrada veneracion que un pueblo profesa á un gran cadáver, debo callar.

Ayer fue uno de los días mejores de mi vida. ¿Puede haber cosa más santa? La resurrección de los buenos tiempos, de las sencillas costumbres: el señor comulgando con sus servidores. Ahora ya no hay señores como en otros tiempos: pero el rico, el gran industrial, el comerciante, debe imitar el antiguo ejemplo y presentarse ante Dios seguido de todos aquellos a quienes da el pan.