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No me preguntéis eso respondió la condesa visiblemente molestada por la curiosidad del aya . Mathys ha ido esta mañana a hablar con la directora del convento y a anunciarle la llegada de Elena. Si regresa antes de la noche, podréis preguntarle lo que os interesa.

La muchacha envidiaba a los dioses de Homero que vivían como ella había soñado que se debía vivir, al aire libre, con mucha luz, muchas aventuras y sin la férula de un aya semi-inglesa.

Apartose del aya, condujo a Engracia unos cuantos pasos hacia el fondo del patio, y allí, con el llanto asomado a los ojos y la voz alterada por la turbación, la refirió en pocas palabras la causa de su enojo.

No se declaraba a misma cuál de los castillos por ella levantados era el que más le agradaba. Lo que no podía menos de reconocer era que la faena de levantarlos y de •derribarlos la deleitaba no poco. Poldy buscaba la soledad entonces más que nunca. En las conversaciones con su hermano, con su madre y con su aya, se mostraba distraída.

De esta suerte trascurrió largo rato: el dueño del puesto junto al cual se habían detenido, comenzaba a fijarse en ellas. Paz, desasosegada, fuera de , se mordía los labios, pugnando por tragarse las lágrimas, y el aya la miraba sin atreverse a chistar. «No viene, no viene» pensaba la pobre niña, en cuyo corazón arraigaba rápidamente la esperanza. «¿Estará dentrola decían sus celos.

Enseguida preguntó a los más cercanos de los que le miraban a él silenciosos y llenos de curiosidad: ¿Habrá siquiera, siquiera, dos varas de nieve en la yanauca de ayá baju? Y más que más se le respondió.

Decierto os digo, que ay algunos de los ÿ eštã aqui, ÿ no guštarán la muerte hašta ÿ ayã višto el Hijo del hombre viniëdo en šu Reyno. Y Dešpues de šeys dias Iešus toma

Miss Florencia no movió un dedo siquiera. D. Carlos le tomó una mano y la llevó suavemente á los labios. Tampoco el aya hizo el menor movimiento. ¿No oyes, , no oyes? dijo entonces sacudiendo aquella mano. Soy yo. ¿Qué hay? repuso ella volviendo lentamente la cabeza.

Hay cosas que no pueden decirse murmuró Mathys , sobre todo cuando carecen de interés para aquella que... que desea conocerlas. ¿Entonces es un secreto? exclamó el aya . Un secreto entre vos y yo... ya. Pues bien, , es un secreto respondió Mathys . Mi honor, y, por consiguiente el vuestro, Marta, puede depender de la menor indiscreción a ese respecto.

La condesa, durante aquella escena, había seguido con los ojos desmesuradamente abiertos los movimientos del aya. Después de sentada ésta, siguió inmóvil, teniendo cogida con una mano la punta de la servilleta en ademán de llevarla á la boca para limpiarse. Los gritos de la niña, aunque amortiguados por la distancia y el obstáculo de la puerta, comenzaron á sonar agudos y lastimeros.