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Liette aprobaba sin desfallecer el casamiento de Raúl y se hubiera avergonzado de una traición. Ciertas palabras indiscretas del señor Hardoin le habían confirmado la situación de Blanca y los proyectos arraigados desde hacía mucho tiempo en la mente calculadora de la condesa. No hay gran señora para su notario decía Hardoin con su maliciosa bondad.

Así, pues, dijo levantando el sitio: Te doy las gracias por tu confianza y tus consejos, mamá. Pensaré en todo esto. Pero , hijo mío, ¿no tenías una confidencia que hacerme? Raúl sufrió un estremecimiento significativo. ¡Liette! La había olvidado. Además la situación no era ya la misma... Y respondió balbuciendo avergonzado y confuso: Nada, mamá, una pequeñez... Raúl se subió a su cuarto.

Pero conmigo muy superficiales... y yo soy ahora el amo de la casa y quien puede autorizar o desautorizar las visitas de mi mujer. Nanín avergonzado y queriendo sacudir el embarazo que sentía replicó: ¿Y para una tontería como ésta me hace usted salir del palco? ¡Hombre, no merecía la pena!

Cuando a Miguel se le calmaron un poco los nervios y se encontró solo en su cuarto, sintió grandes remordimientos; había obrado con poca generosidad: después de todo, la misma culpa había tenido él que su tío en el despilfarro: al recordar el semblante avergonzado y triste de aquél, sentía tanta lástima y un pesar tan profundo de haberle sin razón ofendido, que no pudo dormir en toda la noche.

No hablaré a ustedes de los nobles y grandes señores de la corte de España que se arrastran a sus pies; y de alguno, que no les nombraré, que le ha pedido delante de su protección y su favor con tanta bajeza, que yo estaba avergonzado y Farinelli también; pero haré mención de que, para colocar a cada uno a su altura, el artista contestaba con dulzura y modestia: ¡Dios mío!

Nada, ¡pero aún estamos a tiempo! contestó el marido burlado, puesto en pie, con los puños apretados, avergonzado, como si se viera en camisa en medio de la plaza; furioso ante la idea de que no había habido allí nada, ningún crimen cuyo autor debía ser él, según exigían las leyes del honor... y del teatro.

Es mía dijo el fondista inventor avergonzado. Como todo el mundo la trae y la lleva, no es extraño... Vaya, déjese de la guitarra y a ello manifestó Suárez. Después de rasguear otro poco, la monja gritó volviendo la cabeza hacia la pared, porque la avergonzaban, sin duda, nuestras miradas fijas. ¡Honraaa!...

«¡Hora y media en la oficina! se dijo al salir del palacio, entre avergonzado y contento ; ¡y él que creía no haber pasado allí veinte minutos!». Cuando se vio otra vez al aire libre, en la Corralada, De Pas respiró con fuerza... se le figuraba aquel día, que salir de Palacio era salir de una cueva.

Mostrábase, , muy satisfecho cuando lograba ver a las dos muchachas, tan lindas y frescas como dos pimpollos; ellas pasaban a su lado, plegando las faldas vaporosas de miedo de mancharlas y haciendo un gestito de desagrado con la boca encantadora. En cuanto a su hermano, nunca le vió y si llegaba a columbrarle en la calle, escabullíase avergonzado.

¡No es eso! ¡No es eso! repuso el joven en tono de impaciencia y no poco avergonzado. Debes perdonarla, porque no está acostumbrada a estas cosas. Es una chiquilla... Además, el estado en que se encuentra, tal vez influya en su estómago. ¡No es eso, Cecilia! volvió a exclamar el joven con más impaciencia, levantando un poco la cabeza de las almohadas.