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Se comprendía que el capricho reinaba allí soberano, con un asomo de avaricia quizá... ¿o de escasez? ¡Es tan difícil poder determinar eso en el primer momento! La casa de los señores: dos pisos, un techo de tejas rojas con canaletas amarillas, yedra alrededor; buen aspecto, en resumen. Y un no qué de... en fin, ustedes comprenden... ¿El señor barón está en casa?

En Matalerejo, y en todo su valle, reina la codicia, y los niños rubios de tez amarillenta que pululan a orillas del río negro que serpea por las faldas de los altos montes de castaños y helechos, parecen hijos de sueños de avaricia. Paula era de niña rubia como una mazorca; tenía los ojos casi blancos de puro claros, y en el alma, desde que tuvo uso de razón, toda la codicia del pueblo junta.

Pero hombre de conciencia, supo al fin abdicar su autoridad antes de producir mayores males, diciendo: «Es preciso que le vea a usted un oculista. Que le vea a usted Golfín». D. Francisco creyó que se le caía el cielo encima. Sin duda su mal era grave. Vencida por el temor la avaricia, no pensó en poner reparo al dictamen de su médico y de toda la familia.

Mi tía con su idea del decoro de la casa y de la honra de la familia me mortifica más que la otra con su enojo, que tiene por móvil una desmedida avaricia.

En cambio me abstengo de ciertos vicios, como el de murmurar de mis superiores y compañeros profirió el capellán con acento insolente, mirando con afectación al techo. La alusión iba directamente al excusador, que acababa de hablar de la avaricia del cura. Así lo entendió él, y si no lo hubiera entendido claramente, se lo manifestaran los ojos de los circunstantes.

Cuando se convenció de que don Fermín, por mucho que disimulase, estaba enamorado como un loco de la Regenta, furioso de celos, y de que no había sido su amante ni con cien leguas, y de que a ella, a Petra, sólo la había querido por instrumento, la ira, la envidia, la soberbia, la lujuria se sublevaron dentro de ella saltando como sierpes; pero las acalló por de pronto, disimuló, y por entonces sólo dio satisfacción a la avaricia.

El viejo Brull, que por avaricia y por prudencia, tenía a su hijo a media ración como él decía sólo le enviaba el dinero justo para vivir; pero víctima a su vez de aquellas malas artes con las que otro tiempo explotaba a los labriegos, había de hacer frecuentes viajes a Valencia, buscando arreglo con ciertos usureros que hacían préstamos, al hijo en tales condiciones, que la insolvencia podía conducirle a la cárcel.

Su viuda abandonó este proyecto, no tanto por avaricia, como por el horror que le inspiraban toda clase de reformas aunque fuesen de cal y canto. Por dentro, la mansión era suntuosa: los muebles antiguos y riquísimos. Tapices de gran valor vestían las paredes, cuadros de los mejores pintores antiguos adornaban las de algunas piezas, como el despacho y el oratorio. Este era una maravilla de lujo.

Inmediatamente pasaron las peluconas al bolsillo del ecónomo, que era un avaro más ruin que la encarnación de la avaricia. Hasta su nombre revela lo menguado del sujeto: ¡¡Gil Paz!! No es posible ser más tacaño de letras ni gastar menos tinta para una firma.

Vigílasela entonces más rigurosamente, nombrando sus carceleros á la Avaricia, al Deleite y al Orgullo, cuando el pastor San Juan Bautista entra en la cárcel y la consuela anunciándole su pronta redención. Lo restante del auto, como casi todos los de su especie, refiere la llegada á Belén de San José y de la Virgen, y la anunciación á los pastores del nacimiento de Jesús.