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Fuera de esto, cuando veia alguna voz de recóndita significacion, solia registrar los diccionarios é intérpretes de la Escritura, para saber que esposicion le daban; i si conocia que no habian penetrado su valor i sentido, cuidaba de manifestarlo con graves razones i autoridades.

Preocupadas ya con esto las autoridades locales y temiendo que aquella epidemia perruna fuese contagiosa y pusiese en peligro al vecindario, el buen Asistente, que lo era á la sazón don Ramón Larrumbe, dirigióse á la Sociedad de Medicina en 26 de Mayo, á fin de que este Cuerpo interviniera en el asunto, y, examinando detenidamente á los canes atacados, informase del riesgo que pudiera ofrecer á la salud pública.

Muchos creen que el ser liberal consiste en pegar gritos, insultar a los curas, no trabajar, pedir aboliciones y decir que mueran las autoridades. No señor. ¿Qué se desprende de esto? Que cuando hay libertad mal entendida y muchas aboliciones, los ricos se asustan, se van al extranjero, y no se ve una peseta por ninguna parte.

Simoun le cortó la palabra con un gesto y como pronto iba á amanecer, dijo: Joven, no le recomiendo á usted que guarde mi secreto porque que la discrecion es una de sus buenas cualidades, y aunque usted me quisiere vender, el joyero Simoun, el amigo de las autoridades y de las corporaciones religiosas merecerá siempre más crédito que el estudiante Basilio sospechoso ya de filibusterismo por lo mismo que siendo indígena se señala y se distingue, y porque en la carrera que sigue se encontrará con poderosos rivales.

El cacique de Tintay cumplía anualmente por enero con la obligación de ir al Cuzco, para entregar al corregidor los tributos colectados, y su regreso era celebrado por los indios con tres días de ancho jolgorio. En febrero de aquel año volvió a su pueblo el cacique muy quejoso de las autoridades españolas, que lo habían tratado con poco miramiento.

Y a renglón seguido, sin transición ninguna, Currita se enterneció profundamente al pensar en el gozo inmenso que la esperaba en Roma, besando la sandalia del Santísimo Padre Pío IX... ¡Qué figura tan gigantesca la del Pontífice! ¡Qué anciano aquel tan venerable!... Y todas las señoras comenzaron a ponderar su adhesión al santo Pío IX, prontas a sacrificarle vida, hacienda, todo, todo menos el alma, por tenerla ya de antiguo comprometida con el diablo... Carmen Tagle dijo que le había mirado siempre como si fuese su abuelo; la señora de López Moreno añadió muy conmovida que ella le enviaba todos los años una pipa de doce arrobas del riquísimo moscatel de sus soleras jerezanas, y la duquesa, verdaderamente indignada, trajo a la memoria los atropellos a que cinco días antes se habían entregado las turbas, apedreando los faroles de la iluminación con que celebraban los católicos el aniversario del Pontificado del augusto anciano; sólo en el palacio de Medinaceli rompieron veintidós faroles y treinta y siete cristales... ¡Y mientras tanto, los ministros y las autoridades se solazaban en un concierto instrumental celebrado en Palacio!... ¡Qué Gobierno aquel, y qué populacho tan impío y tan asqueroso!... Siquiera ellas veneraban la persona del Pontífice encendiendo faroles en honra suya, y limitábanse tan sólo a apedrear a todas horas la moral divina del Dios a quien aquel representaba.

LA ENFERMERA. ¡Simple divergencia de métodos y de autoridades...! Tranquilícese... Como cada una de estas damas quiere afirmar su supremacía sobre la otra, los enfermos están mejor cuidados. SITA. Es usted muy indulgente. Adivino que seremos amigas. LA ENFERMERA. ¡No se haga ilusiones...! SITA. ¡Quia...! Mi corazón no me engaña nunca.

Me han dado los medios para entrar, y sólo ellos me pueden hacer salir. Estoy por completo en su poder. ¿Qué harán de ?... El terror le había sugerido en ciertos momentos desesperadas resoluciones. Quería denunciarse á misma, comparecer ante las autoridades francesas relatando su historia, haciendo saber los secretos de que era poseedora.

Ha resistido usted á las autoridades de su país con un aplomo admirable. ¡Está usted fuera de la ley, amigo! ¡Pardiez! Bien ha visto usted que aquel diantre de sargento quiso matarme. Una de sus balas se llevó mi gorra y si da dos milímetros más abajo se lleva la cabeza. ¡Pero usted no le ha errado ni ha tardado en echarle al agua!

No relataré minuciosamente las idas y venidas, las palabras vivas y los comentarios que entonces entre las autoridades mediaron, y cuál serio, formal y grave, fué el corte que tomó el asunto. «Los diputados de la procesión sigo extractando de la Relación y otros prebendados acudieron á esperar las religiones, que aun no habían salido todas.