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Cuando llegamos a casa, al tiempo de separarnos, la hermana San Sulpicio me dijo: Oiga: ¿podría proporcionarme esa novela de que me hablaba? ¿La de Maximina? : pediré permiso a la superiora y al confesor para leerla. Creo que me lo concederán... Y si no me lo conceden, la leeré de todos modos, aunque me cueste una severa penitencia.

El viejo de este último período, es el ministro de la revelacion y de la calma; la conciencia que se toca y se oye á misma: es el ángel de la esperanza que se despide del ángel de la vida, aunque la esperanza es vida tambien. Perdóname, lector, estas fastidiosas digresiones.

La unidad mecánica de la fábula, tal como se enseñaba por la estética bastarda de los anticuarios, fué abandonada del mismo modo. Pero aunque la comedia española desecha las soñadas reglas de la comedia y tragedia antigua, no por esto puede sostenerse, recordando su objeto y las ideas especiales de sus grandes dramáticos, que no observaba ninguna.

Los representantes de la autoridad no le dejaban aproximarse al gentleman; pero aunque le permitieran atender á su alimentación, ¿qué podía hacer un catedrático de tan escasa fortuna como era la suya?

Al tiempo que empezaron la Salve con devotas aunque confusas voces, estando el cielo sereno les cubrió una nuve, y llovió sobre ellos, hasta que acabaron, y luego de improviso se desvaneció.

Sus pies calzaban medias de seda, ceñía su talle corsé de raso, era pródiga en perfumar el baño, cuidábase con ahínco las manos y, aunque hiciese ostentación de vestir humildemente, la ropa blanca que gastaba era un primor en adornos, lienzos y hechuras: bajo vestidos lisos y de lana, solía ocultar enaguas guarnecidas de costosos encajes.

El comercio de libros se hace con poca maña o con poca fortuna, y los autores, aunque sean buenos, tienen que resignarse y que contentarse a menudo con que los lean y los aplaudan en la ciudad natal, en determinada comarca, en lo que llamamos patria chica.

El deseaba vivir: juerga, alegría, mujeres; de lo bueno, lo mejor. Sabía dónde se encontraba todo: sólo era asunto de agallas el hacerse dueño, y él las tenía. Aunque muchacho, había visto bastante. Su sonrisa era una mueca de viejo, un gesto de repugnante precocidad, que se reflejaba en sus ojos con un brillo feroz.

¿Y es esa frase, que parece insignificante, la que ha provocado tal diluvio? Ciertamente... Señor cura añadió la abuela descontenta, no tiene usted corazón, sino comprende estas lágrimas. ¡Bah! respondió el cura, comprimiendo políticamente la risa, creo tenerlo un poco, aunque mis glándulas lacrimales no tengan la misma capacidad que las de Magdalena...

Así, pues, doña Luz se esforzó, aunque en balde, por estar como siempre de afable y cariñosa con el P. Enrique.