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El antiguo abogado apareció, con aire de inquietud, no sabiendo si manifestar cordialidad ó reserva. La actitud de Roussel aumentó su indecisión: el mortal enemigo de la señorita Guichard estaba allí como en su casa y Clementina no parecía dispuesta á hacerle arrojar á la calle. ¿Quieres tener la bondad, amigo mío, de enviarme á Herminia y al señor Aubry?...

En esto encontraba Roussel un gran campo de discusión y le aprovechaba, ocupando á Mauricio con sus razonamientos y forzándole á distraer su dolor en controversias. En resumen, sospechaban que la señorita Guichard había secuestrado á la señora de Aubry de un modo tanto más criminal cuanto que no tenía sobre la joven ni derechos naturales ni derechos adquiridos.

Y como la señora Aubry la mirase interrogativamente, María Teresa contó la conversación que había sorprendido, el sacrificio de Juan poniendo sus haberes en el fondo social de la cristalería, para asegurarle a ella el casamiento con otro, aunque la amaba en silencio desde hacía mucho tiempo.

Se me figura que no viene tan a menudo; ahora no te llaman todos los días para recibirlo como en los primeros días de mi enfermedad. Ha disminuido sus visitas; sin duda se ha dado cuenta de que yo no tenía tiempo disponible para recibirlo, yo no estoy tranquila sino al lado de usted. ¿Me dices la verdad, hija mía? interrogó el señor Aubry con aire triste. , padre, ¿por qué esa pregunta?

El pobre Juan al lado de ella se mostraba como avergonzado. Huía de su presencia, no atreviéndose a mirarla. Si sus manos se rozaban, al levantar juntos las almohadas del señor Aubry, él palidecía de angustia, y, en el silencio de la alcoba, María Teresa sentía los latidos precipitados de aquel corazón sobre el cual, una noche, se había apoyado cariñosamente.

Juan saltó al andén, la contempló durante un instante con pasión y saludando por última vez se perdió entre la multitud. Mientras el tren se ponía en movimiento, la señora Aubry murmuró: ¡Qué excelente joven es Juan! ¡Ciertamente! Y hombre de gran mérito, además, querida esposa. , un excelente amigo, madre.

Mientras Juan se absorbía en esta vida seria, como la juventud dichosa y alegre de Jaime y de su hermana, exigía mayor expansión, los Aubry transformaron poco a poco su género de existencia; recibieron más gente, y un elemento nuevo, muy mundano, hizo su aparición en aquel hogar hasta entonces casi austero.

Los dos se miraron, él con estupor, ella con cólera. Me has dado, por cierto, muy exactas noticias ... Te felicito ... Parece que Mauricio y él no han cesado de verse en su vida. ¿Quién era el que les espiaba por encargo tuyo? El portero del señor Aubry. Pues te ha robado el dinero y se ha burlado de ti. ¿De quién fiarse entonces? De mismo, y esto á condición de no ser un mentecato.

Le aseguro que necesitamos mucho de su ayuda, porque, no puede negarse, tenemos la desgracia de ser muy ricas... Reparando que á estas palabras, la prima en segundo grado, encogía los hombros: , mi querida señora Aubry; prosiguió la señora de Laroque sostengo lo que he dicho. Dios ha querido probarme al hacerme rica.

En la mesa, sentado entre María Teresa y la señora Aubry, producía la impresión de la fuerza serena y tranquila, mientras escuchaba, sonriendo, las frases que revoloteaban a su alrededor. Apenas terminado el primer plato, el señor Aubry le dirigió la palabra. Y bien, amigo mío, ¿qué hay de nuevo en la fábrica? Tus últimas cartas eran un poco lacónicas. Me debes algunos detalles.