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Comparto vuestro gusto, señorita; viajar es la más interesante distracción. ¿Y vos habéis viajado? , algo. ¿Conocéis los Ruddar, los Shakird-Pische, los Usbecks, los Tadjies, los Molahs, los Dehbaschi, los Pend-Baschi y los Alamanos? le interrogué de un tirón mezclando razas, clases y dignidades. ¿Y qué es todo eso? preguntó aturdido el barón. ¡Cómo! ¿no habéis ido nunca a Tartaria? No, jamás.

Se puso el doctor como una cereza.... Miró a Visita con torvo ceño y echándose a adivinar exclamó con enojo: ¡Estamos mal!... Aquí se ha hablado mucho.... Me la han aturdido, ¿verdad? ¡Como si lo viera... mucha gente, de fijo... mucha conversación!... Entonces fue Visita quien sintió encendido el rostro. Somoza había adivinado. No sabía medicina, pero sabía con quién trataba.

Y sin atender a más, salió del portal el aturdido Marquesito. Petra ya estaba dentro, en el patio, haciendo como que no oía. «Ya sabía a qué atenerse; era aquel. Por lo menos aquel era uno. El Marquesito la había entretenido a ella para dejar solos a los otros. Se le conocía en que estaba tan frío. No le había dado ni un mal abrazo en lo obscuro». Escuchó.

Elena comenzó a escuchar con tal inmovilidad y silencio que parecía la estatua simbólica de la atención. Aquel ser pueril, de natural tan ligero y aturdido hallaba repentinamente en el fondo de su alma una seriedad increíble. Las frases graves, solemnes de la inmortal sinfonía le revelaban el acuerdo misterioso de las cosas entre y el de su propio corazón con el universo.

Perdió el miedo, aturdido por aquella proximidad ardiente y olorosa de su amada, y como si esto fuera escasa borrachera, se dejó seducir por las tretas de Mochi, que le invitaban sin cesar a beber de todo.

Aturdido por esta duda, se dirigió al gabinete en que habían quedado su mujer y su hija; y sin tomar nuevo aliento, les refirió lo que acababa de hacer y lo que, como causa de ello, le había contado el ministro. Doña Juana se quedó hecha una estatua; pero a Julieta le centellearon los ojos.

Aturdido estúpidamente, dije algunas frases que no recuerdo, y me despedí de aquellas señoritas, a quienes no deseé otra cosa más que Dios confundiera en el mismo momento. ¡Bueno estaba yo para bromitas! Andando entre calles un rato, se me ocurrió la idea, no muy sensata, de ir a la Fábrica de Tabacos y preguntar allí por Paca...¿Para qué? Llegaba mi grosera ignorancia hasta no saber su apellido.

Salió á la calle: marchó resuelto á alejarse: llegó á la esquina, se paró, miró á la casa, y al fin, tomando una resolución, emprendió su camino en dirección á su casa, donde le dejaremos por ahora preocupado y aturdido; para volver á ocuparnos de los amigos de la calle de Válgame Dios, cuya vida y caracteres necesitan historia y explicación. #Coletilla.#

En vano el valeroso Firmo de Rivota los anima con grandes voces al combate y dando el ejemplo se arroja con temerario coraje en medio de la pelea. El mísero sucumbe al fin bajo el garrote de Jacinto de Fresnedo; cae aturdido y es pisoteado.

¡Oh, qué cruel eres! ¡No perdonas medio de hacerme sufrir! Miguel iba a replicar; pero en aquel instante un leve rumor lejano se dejó oír en el pasillo. Lucía se puso en pie con súbito y pronto movimiento; el rostro pálido, el oído atento, la mirada estática. Escuchó un momento. ¡Alguien viene!... Es la doncella... ¡De prisa, de prisa! ¡Escóndete! ¿Dónde? preguntó aturdido.