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Ella no está como un guante, pero por dentro andará la procesión. Menudean los ataques de nervios. Ya sabes que cuando se casó cesaron, que después volvieron, pero nunca con la frecuencia de ahora. Su humor es desigual. Exagera la severidad con que juzga a las demás, la aburre todo. ¡Pasa unas encerronas! ¡Ta, ta, ta! eso no es decir nada. Es mucho. Nada en mi favor. ¿ qué sabes?

He empleado toda la mañana en escribir un artículo para La América, porque es necesario no descuidar la bolsa, que sufre por aquí tantos ataques rudos. Pero he notado que mientras que escribia, y mientras que me paseaba por la habitacion, el recuerdo de las muestras y rótulos que he visto ayer, me tiene casi completamente preocupado.

Doña Cristina púsose de pie con nervioso impulso. Había escuchado las explicaciones sobre la moral, para ella confusas, guardando cierta calma, á pesar de que adivinaba ataques al cielo y á Dios. Pero esto de ahora iba contra Jesús; y la indignaba, más aún que si hubiesen negado su existencia, aquello de llamarle poeta. ¡El hijo de Dios un poeta!

Pero aun así, la alabanza es muy grande, si la tal exposición es completa y si es la mejor que se ha hecho en Europa, comparando bien la antigua filosofía que expone, con todos los ulteriores sistemas, y sacándola ilesa de los ataques, y victoriosa y colocada por cima de todos.

Sin embargo, como la armada turca se dejara ver en el Adriático amenazando con ataques como los pasados, ninguna de las autoridades principales quiso desprenderse de fuerzas de que podía haber necesidad; lo que hicieron por de pronto fué cuidar la reunión en Mesina de las escuadras de galeras, formando armada respetable á que concurrió D. Juan de Mendoza, general de las galeras de España, y fué bastante la prevención para que Piali regresara á Constantinopla sin intentar nada.

A la sazón Teruel era plaza de armas en la empresa que el rey D. Jaime quería hacer contra los moros de Valencia; había diez banderas de soldados y corporaciones eclesiásticas; componíase su población de aquellos soldados ilustres y aguerridos que, haciéndose superiores a los peligros y fatigas de la guerra, habían sabido levantar, según digimos antes, las murallas y fortalezas de la ciudad, contrarestando los continuos ataques de numerosos ejércitos moriscos.

Creció la enemistad. Vengóse don Roque, abusando de su autoridad, para mandar a la cárcel a Folgueras. Repitiéronse los ataques del Faro con más furia. Don Roque, juzgándose por ellos un tirano de la Edad Media, comenzó a temer por su vida y se hizo acompañar de noche y de día por el veterano Marcones. Se dijo que en una reunión misteriosa de los del Saloncillo, se había decretado su muerte.

Los ancianos de Raveloe le habían aconsejado mucho que hiciera uso de aquella cosa excelente, cosa contra los ataques. Esta opinión había sido aprobada por el doctor Kimble, a causa de que no hay inconveniente en aconsejar una cosa que no puede hacer daño, principio que le ahorraba a aquel señor mucho trabajo en el ejercicio de la medicina.

El asalto fué rapidísimo, abatiéndose los obstáculos con esa facilidad que parece centuplicar la fuerza de los ataques populares en días de revolución triunfadora. La puerta cayó rota, y toda la ola humana se revolvió un momento en su quicio, penetrando después á borbotones en el interior de la casa.

Impacientes de que resistiese su furor tan pequeña poblacion, mal asistida de municiones de guerra y boca, volvieron con mayores fuerzas por el mes de Febrero de 1781 á redoblar los ataques y los asaltos. El cura, Dr.