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Me ha pedido fuego para un cigarro, contestó temblando la traperita. Yo creí deber atajar la conversación. ¿Es usted la señora Adela? la dije. , señor: ¿qué se le ofrece a usted? contestó secamente. Necesito hablar con usted a solas. ¡Ah! ¡Necesita usted hablarme! Pues vamos. Y se puso en marcha. Noté que la traperita arrojaba sobre aquella mujer y sobre , una mirada llena de ansiedad.

Lo noble, lo generoso, lo leal, es atajar discretamente desde el comienzo las insinuaciones, a fin de que nunca pueda creerse engañado en sus observaciones respecto al estado efectivo de nuestro espíritu y de nuestra voluntad. Pero la especie masculina es muy variada.

Los árboles extendían de cerca, y por entrambos lados, sus ramas, cual si tratasen de atajar la marcha del tren. Parose éste repentinamente, cuando menos se esperaba, en medio de la mayor apretura de la garganta, donde no había rastro de estación ni otra fábrica de menor calidad que hiciese sus veces.

Ahora bien; para atajar el camino al progreso de un pueblo, la política cuenta con varios medios: el embrutecimiento de las masas por medio de una casta adicta al Gobierno, aristocrática como en las colonias holandesas, ó teocrática como en Filipinas; el empobrecimiento del país; la destrucción paulatina de sus habitantes, y el fomento de las enemistades entre unas razas y otras.

Andronico tuvo aviso de la pérdida de Recrea, en tiempo que juzgaba á los pocos Catalanes huyendo la vuelta de Sicilia, y para atajar los daños que Berenguer hacia de toda aquella ribera de mar, que los Griegos llamaban de Natura, mandó á Calo Juan Déspota su hijo, que con cuatrocíentos á caballo, y la infantería que pudiese recoger se opusiese á Berenguer, y le impidiese el hechar gente en tierra.

Yo no pongo duda en que entonces tratarian de ganar los ánimos de muchas personas para hacerlas entrar en su religion, daño que quisieron estorbar los padres del Concilio; pero tampoco la pongo en que tales providencias fueron contrarias á atajar el vuelo que iba tomando en España el judaismo.

Hubiera sido un atentado contra las leyes establecidas por los antiguos, más conocedores de la vida que los hombres del presente. El hermano del herido ó del muerto sólo atendía al que estaba en el suelo, sin preocuparse de atajar á su agresor. Tiempo le quedaba de ir en busca del que se había «desgraciado», allá donde estuviese, para «desgraciarse» á su vez, ejerciendo el derecho de la venganza.

Doña Inés inspiraba a su padre terror pánico, y siempre trataba de huir de su enojo como de una espada desnuda. Su decidida afición a la muchacha saltaba, no obstante, por encima de los obstáculos, como un corcel generoso salta la valla que se le ha puesto para atajar su carrera.